Al hablar de amor y desamor, se suele aludir al poder del corazón, pero no es así. Es el cerebro humano, y en concreto el sistema límbico, el que lo rige todo, tal como asegura Susana Gaytán, profesora del departamento de Fisiología de la Universidad de Sevilla.
En su artículo en la revista The Conversation, esta docente asegura que “enamorarse se parece a una adicción”. Se producen varias reacciones en el cerebro y se activa la vía dopaminérgica de recompensa, “la misma que utilizan las drogas”.
De esta manera, se distorsiona la percepción objetiva de la otra persona, ya que se produce una oleada de placer. “No es de extrañar que digamos que el amor es ciego”, recalca Gaytán.
“Experimentamos una alegría desmedida y percibimos un profundo deseo de estar con la persona amada. Y esto genera una dependencia emocional”, explica esta profesora. La sensación es muy parecida a la de sufrir cualquier adicción.
Todo ello parte del sistema límbico, la zona que limita con la corteza del cerebro. En él está el hipotálamo, la amígdala y el hipocampo. Esta parte del cuerpo tiene la responsabilidad de dirigir las emociones, moldear la memoria. También genera motivación y facilita la toma de decisiones, dos cuestiones centrales en las relaciones amorosas.
En cuanto al deseo sexual, las emociones son apoyadas por el cortisol, la principal hormona que regula el estrés, que activa la búsqueda por parte del organismo de la unión entre estrógenos y andrógenos, los dos tipos de hormonas.
“Que el cortisol aumente de forma generalizada cuando Cupido nos dispara su flecha explica que nuestro corazón lata con fuerza o que las mariposas revoloteen en nuestro estómago cuando nos enamoramos”, explica esta profesora.
Dura poco en el tiempo
No obstante, el amor no es eterno. De hecho “dura muy poquito en el tiempo”. Cuando la relación ya es estable, el sistema límbico vuelve a actuar para regular nuestras emociones.
Gaytán asegura que “la revolución neuroendocrina del enamoramiento es sustituida por un estado menos tormentoso asociado a otras dos sustancias, la vasopresina y la oxitocina”. La liberación de estas dos hormonas sustenta la emoción del “afecto” en una etapa intermedia. “No hay ese subidón de dopamina que permite enamorarse”, añade.
Para esta profesora, la ruptura de una relación amorosa puede ser similar a un síndrome de abstinencia. Las sensaciones serán diferentes para cada persona, pero el cerebro, siempre desde el sistema límbico, trata de reorganizarse para sanarse y pensar en nuevos amores.
El cerebro se reorganiza
“El rechazo puede provocar una profunda sensación de pérdida o desamparo, tras un tiempo de melancolía, el cerebro se reorganiza y busca el mecanismo para cortar el vínculo roto y poder, en un futuro, establecer uno nuevo”, resalta esta profesora.
Gaytán también asegura que la típica frase pronunciada en rupturas de que “esto me duele más a mí que a ti” no es cierta, según la neurociencia. “Si una persona va a romper debe tener en cuenta que se puede encontrar en la nueva fase de activación, pero no así su pareja”. puntualiza.