Recuerdo su desparpajo y que tenía un “algo”, entre altanero y sobreactuado. No conservo demasiados recuerdos de cuando lo conocí, más allá de que fue una noche de otoño en el río, en el tramo de Guadalquivir entre la Barqueta y el Alamillo. El flamante eurodiputado sevillano era un chaval, como otro cualquiera que estrenaba la veintena, bebía en el río y paseaba por la Alameda. Aunque iba a los mismos sitios que el resto, se le reconocía ese “punto” fuera de la norma que destilan algunas personas recién conocidas. Una serie de circunstancias hizo que pasara a engrosar la larga lista de personas que algún día conocemos y rápidamente olvidamos. Los hechos y los discursos me eximen de concretar qué era lo que percibí en aquel tipo, de aspecto más hippie que ultra, llamado a convertirse en un salvapatrias de AliExpress.
Se Acabó La Fiesta y llegó la inmundicia. Al desparpajo de Luis Pérez Fernández se le han unido desde entonces varias causas judiciales. Sus discursos de odio –como los buenos déspotas reparte estopa entre los más débiles– han calado en una población joven, formada, que llegó a votar al Podemos del 15-M y que ahora financia con sus votos el aforamiento judicial europeo. Idéntica estrategia que usó Puigdemont.
Esta semana se han escuchado argumentos tranquilizadores comparándolo con Ruiz Mateos o Jesús Gil. Aquello fueron excentricidades de los 90, con el ladrillo y la cutrez de los platós de televisión de fondo. Tan personalista y fraudulento como los anteriores, Alvise pretende ser la versión low cost de un Milei a la sevillana. El peligro es que detrás tiene miles de votos en capilla de chavales que rondan los 16 y 17 años. Un electorado potencial que necesita sentirse parte de algo, con una actitud más de reto viral que de voto consciente. Es difícil entender que en el cuarto país más seguro de Europa, con unos índices de corrupción mínimos y en el año con menor llegada de inmigrantes en lustros triunfen discursos que dibujan una España sin orden ni ley. Les da exactamente igual las consecuencias nefastas de su voto, quieren ver arder Troya porque nunca sintieron ni de lejos el calor de las llamas. Abonados al horror de telediario, los votantes de Alvise ven con envidia las imágenes de las cárceles de El Salvador en las que se suspenden los Derechos Humanos, reclamando aplicar las mismas medidas en España sin más justificación que la restitución de un supuesto orden perdido. Debe estar chupado ser un vocero de ultraderecha, liberado de la rendición de cuentas y con barra libre de insultos y mentiras.
No sería justo pensar que todos los jóvenes adolecen de una apatía construida a base de guerras retransmitidas en las redes. Las imágenes nauseabundas que llegan de Gaza le deben parecer al señor rector de la Hispalense –ya bien entrado en años– algo descafeinado. Mientras unas decenas de jóvenes se encerraban en el rectorado por un compromiso firme con el lado bueno de la Historia, Miguel Ángel Castro llamaba a los antidisturbios para desalojarlos. Siempre hubo prioridades, y entre las suyas debe estar el estado del césped y la limpieza de los jardines por encima de ver a sus estudiantes apaleados al estilo Bukele. Con el mal banalizado, estoy seguro de que si Hannah Arendt levantara la cabeza nos correría a gorrazos o se volvería a la tumba derrotada.
Sin salir de la Universidad, yéndonos a la biblioteca encontraremos a Marguerite de Yourcenar, uno de esos clásicos que como Arendt, siempre está bien consultar en tiempos de zozobra. Sus famosas Memorias de Adriano se popularizaron cuando Felipe González dijo que era su libro de cabecera. Aunque la perspectiva ofrecida del emperador sevillano –los historiadores me regañarán por atribuirle un gentilicio inapropiado para la época– sean magistrales, la escritora tiene otro texto menos conocido e igualmente bueno que tiene a nuestra región como protagonista. En “Andalucía y las Hespérides” explica que los sevillanos solemos citar la frase de Hume en la que recordaba cómo dos emperadores andaluces, Trajano y Adriano, consiguieron asegurar uno de los pocos siglos hermosos que ha tenido la humanidad. La lectura del texto (disponible aquí) nos arma de argumentos contra las falsedades históricas, nos previene de lecturas anacrónicas sobre España e inspira una reflexión profunda sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser.
La demoscopia nos dice que son las mujeres el dique de contención de la extrema derecha europea. Yourcenar y Arendt, una belga y una alemana que a miles kilómetros de Sevilla sembraron parte de ese espíritu europeo que nos ha colocado en el mejor sitio del mundo y en la mejor época jamás conocida para vivir. Los golpes en el pecho de la sevillanía –de los que reconozco ser usuario–, se desmoronan hasta el ridículo cuando hablamos de que los cimientos de esa gran casa común que es Europa se tambalean. Me declaro el más alemán y el más belga del mundo cuando pienso que en el DNI de Alvise y en el mío pone lo mismo, “Sevilla”, aunque se me pasa cuando compruebo que también comparto gentilicio con los estudiantes pro palestinos apaleados.
Demostrado queda que somos capaces de lo mejor y de lo peor, de exportar Trajanos y Alvises, de ganarnos la autonomía en la calle y dar 45.000 votos a un partido sin programa ni estructura. No sé si la fiesta se habrá acabado, pero rezo para que nuestra ciudad y nuestra universidad esquiven la bala de convertirse en un granero desacomplejado de odio, chabacanería y porras policiales.