El grupo iba a ser reducido y la iniciativa la tenía Natalia Melnic, presidenta de la Asociación de Amigos de Moldavia. Me comentó Natalia que iríamos a visitar el ayuntamiento de Chisinau y nos recibiría el alcalde.
Como no únicamente íbamos a visitar oficinas, también habría visitas a las bodegas para degustar un buen vino de la tierra. Para añadir aliciente a este viaje, desde Bucarest a Chisinau, viajamos en microbús durante unas ocho horas. Pero tantos kilómetros con una parada para cenar y tomando un buen vino moldavo, 1827, no fue un inconveniente dado que la compañía era ideal.
El director de la Cope en Marbella, José Antonio, la poeta África León y otros amigos de Málaga hacían que el viaje se hiciese más corto. Cruzar la frontera rumana y después la moldava a las doce de la noche hizo que recordara otros cruces de fronteras cuando era estudiante y viajamos en coche por media Europa.
Al entrar en la capital, las calles estaban poco iluminadas, por eso cuando llegamos al hotel Radisson Blu constatamos lo importante que es elegir un buen hotel cuando viajamos al extranjero.
Amanecer con un sol radiante a las siete de la mañana el primer día en un lugar tan lejano invitaba a caminar a sus alrededores antes de desayunar. Quedé enamorado de su parque rodeando la catedral y la gente que iba de un lado a otro, sobre todo sus elegantes mujeres, guapas, caminando armoniosamente, un bonito bolso en la mano y largas melenas muy cuidadas.
Todo el mundo caminaba a su ritmo teniendo muy claro su destino y deambulando sin prisas. El sol era muy intenso a esa temprana hora, el edificio del gobierno al fondo precedido por el arco del triunfo.
El alcalde de la ciudad nos recibió y muy amistosamente nos habían ubicado en la gran sala de reuniones sus ayudantes, dos rubias moldavas y una morena. Su intervención grabada por nuestro amigo de la radio recogió su gran preocupación por la ciudad que regenta, ya en época de elecciones.
Al salir, un autobús nos esperaba para visitar la segunda bodega en los alrededores y tras hora y media de recorrido en un trenecito, nos esperaba en una gran mesa una diversidad de manjares regada por vinos sobre los cuales nos iban explicando su origen y otras características sin dar tiempo a nuestra anfitriona a profundizar mucho en las cualidades de esos caldos que ya habíamos llevado a nuestra boca y saboreábamos constatando nuevamente que Moldavia es el Reino de los Vinos: blancos, tintos, rosados, espumosos, moscatel o tinto dulce son bebidas dignas de los dioses y que a nosotros solo por unos momentos nos era permitido saborear para conocer los placeres del mundo.
Música moldava, violín y acordeón, nos acompañaron en un baile tradicional finalizado por otra copa al brindis de un nuevo día con esta gente tan acogedora. El último día, tras la visita a dos universidades divisábamos desde la octava planta del hotel una bella ciudad con sus edificios blancos entre zonas verdes en una sofisticada terraza con DJ cuando nos visitaron dos altos cargos del gobierno, dos mujeres, una militar y otra economista, muy agradables de trato y con una dulce mirada.
Pero lo mejor del viaje fueron esos buenos ratos con José Antonio, locutor y regente de la Cope en Marbella, gran conversador y excelente amigo con quien compartir un vino es un honor. África León, una de nuestras mejores poetisas que al declamar sus versos nos emocionó con sus recitaciones salidas del corazón.
Pepi Gil, cantante y empresaria, con su alegría y eterna sonrisa no parando de deleitarnos cada instante y sus agudas observaciones sobre lo divino y lo humano. José Manuel, hablando ruso con las moldavas y bromeando con todos en sus finas ocurrencias.
Eloy y su amena conversación repleta de interesantes observaciones sobre la cena a la que fuimos invitados en aquel camino perdido que parecía no tener retorno, allí abajo en sus bodegas de vinos y vodkas caseros con policías, diputados, directivos de federaciones de rugby y algunos empresarios anfitriones perfectos de una noche en el campo moldavo.
Natalia Melnic, quien nos hizo enamorarnos de su país y trazó unas rutas por Chisinau y sus contornos, por sus calles y plazas, sus jardines y cuestas, sus edificios oficiales y su gente acogedora, como Raissa, siempre sonriente y atenta.
Últimas horas en un país tan distinto y tan cercano, tan desconocido y tan acogedor.