Aquel primer día de juicio bajé las escaleras de la audiencia preguntándome qué habría llevado a aquel juez a actuar de ese modo. Aún resonaba en mi mente la primera frase con la que interrumpió mi informe inicial “¡Letrado, creo que ya vamos repitiéndonos!” cuando apenas llevaba veinte minutos dirigiéndome a los auténticos jueces: los nueve miembros del jurado.

Ese magistrado que presidía el juicio con jurado en el que yo defendía a un ciudadano al que la fiscalía solicitaba veinte años de prisión basándose en un informe forense con errores evidentes, deseaba ser el protagonista. No se limitó en esa vista oral a presidir y dirigir el plenario sino que su verborrea y prepotencia lo llevó a una actuación poco respetuosa con los derechos fundamentales, principalmente con el derecho de defensa y un proceso con todas las garantías.

Creyendo yo que tras esa advertencia fuera de lugar, podría proseguir con mi discurso dirigido al tribunal popular, el que al final habría de emitir un veredicto de inocencia o culpabilidad tras la práctica de todas las pruebas y oír los informes finales, fui sorprendido una y otra vez por un juez soberbio sin razón.

Con mucho respeto, rogué a Su Señoría que fuese flexible con la defensa que yo ostentaba teniendo en cuenta la grave pena a la que se enfrentaba mi defendido. Y cuando pretendía continuar con mi palabra pues estaba en mi turno, antes de que transcurriera un segundo el magistrado agriamente dijo: “¿Acaso cree usted que este magistrado no es consciente de la trascendencia de este juicio, letrado?”

Y no era ya lo que el juez decía sino cómo lo decía, con toda su arrogancia. Con esa segunda frase y su tono, comencé a ser consciente de lo que me esperaba sin poder imaginar que lo siguiente sería aún peor. Así, siguió el presidente de la sala dirigiéndome una diatriba tras otra mientras los ciudadanos legos observaban una escena que nunca habría tenido que tener lugar: “¡Acabamos de empezar y no vamos a estar una vez y otra escuchando lo mismo!” “¡Y a la Señora Fiscal le digo igual!”

Con esta última afirmación quería disimular su falta de objetividad e imparcialidad en el trato a las partes, pues la señora fiscal había expuesto su alegato inicial durante más de media hora sin ninguna perturbación

En estas ocasiones, un abogado no puede hacer otra cosa que emitir su protesta y continuar intentando no perder el hilo a pesar de que se sienta como si le hubieran tirado encima un cubo de agua fría o como un alumno al que su profesor le ha echado una bronca a pesar de que tiene razón.

El acoso y derribo a la defensa persistiría después por parte del juez en cada uno de los interrogatorios, entrometiéndose sin razón en las preguntas que formulaba el abogado esgrimiendo las suyas propias.

En un intermedio de la segunda sesión del juicio, expresé al juez mi desconcierto por todo lo sucedido y que menos mal que todas las irregularidades estaban siendo recogidas en la grabación de la vista. A esto me contestó Don Evaristo: “¡No, letrado, este juicio no se está grabando!” preguntándole yo que cómo no iba a estar filmándose a lo que me respondió que algún problema técnico habría.

El magistrado había faltado a la verdad al explicarme la causa por la que la cámara instalada en la pared sólo estaba de adorno en la sala. Nos enteramos de que en realidad ningún juicio con jurado se había grabado en la audiencia provincial durante los últimos trece años, pues el señor letrado judicial mantuvo su tesis no discutida de que el acta mecanografiada era mejor que el video del juicio.

La sorpresa al conocer el acta fue que ésta era incompleta y errónea, entre otras razones porque solo recogía tres protestas de las numerosas invocadas por la defensa. En una época en la que se habla de la justicia 6.0, el papel cero, la segunda cámara y la inteligencia artificial, nos encontramos que solo tras nuestro recurso de apelación en el que denunciamos las graves anomalías producidas, el siguiente juicio sí se grabó, negándose a ello el secretario judicial perpetuo hasta el último instante.

Y cual sería nuestra sorpresa cuando averiguamos recientemente que la grabación seguía sin hacerse adecuadamente pues solo se graba el sonido pero no la imagen de los acusados, testigos y peritos al ser interrogados, como si de fantasmas se trataran.