"Make Sevilla Great Again", rezaba la pancarta que las Nuevas Generaciones del PP desplegaron en el Círculo de Labradores en la última campaña local. La recordé justo después de ver el anuncio de la renovación de bancos, farolas y demás mobiliario urbano de algunas zonas del centro que incluiría, según se citaba, “detalles y referencias de la Virgen María”. Fue inevitable pensar en qué querría decir aquella pancarta, si se refería a la Sevilla de 1992, la de 1492 o la de 1936. Quizás no era más que un presagio de la Sevilla de 2024 y sus bancos marianos.

Donald Trump, autor del lema, convirtió el "Make America Great Again" (MAGA) en un movimiento de masas en la que cabían desde colegas millonarios a frikis de todo pelaje: la sorpresa fue que su visión de la Gran América se tradujo en un asalto al Capitolio y una gangrena democrática que todavía acecha. Puestos a elegir, me quedo con los bancos regionalistas. 

La experiencia de Trump nos enseña a ser cautos cuando apelamos a la nostalgia. La historia que nos llega es la de los ricos, una versión reducida en la que se prescinde de todos esos párrafos de pobreza y ruindad que no quedan bien en la foto: la ciudad que recibió al emperador y que organizó a su boda con Isabel de Portugal en el Alcázar era una urbe sucia y farragosa, con la peste rondando los arrabales.

Durante el Lustro Real, cuando Felipe V trasladó la corte de Madrid a Sevilla, las fiestas celebradas fueron insultantemente costosas para una población desatendida que vivía en condiciones medievales. Es innecesario ilustrar la precariedad de la ciudad que fue Puerto de Indias, presentada con frecuencia como la época más esplendorosa de nuestra historia.

Al hilo de la sustitución de los bancos de la Alameda, remodelada en 2007 por el tándem de arquitectos Elías Torres y Martínez Lapeña (Premio Nacional de Arquitectura 2016), el ilustrador @bernar_usk –una suerte de trovador local que dibuja en directo escenas cotidianas de Sevilla– ha propuesto una serie de postales que evidencian lo discutible que resulta intentar recuperar el pasado de un lugar con la simple reproducción de un estilo artístico.

Tomando prestado el lema trumpista, proponía hacerla "inundable" de nuevo, recuperarla como "zona de peste negra", "nido de paludismo" o "bebedero de dinosaurios". La mayoría de los sevillanos no aspiran a tener una Sevilla Grande de nuevo, sino una ciudad más habitable en la que se prioricen las necesidades y se gestionen con acierto los recursos. Lo demás son guerras de estilo, batallas infértiles que quizás interesaban en periodos de bonanza pero que ahora resultan ridículas. 

A pesar de ello, los "Great Again" parecen replicarse a velocidad pandémica. El "Make Catalunya Great Again", como el Trump, está aliñado con todos los ingredientes supremacistas (el "seny", la lengua, la eficacia, la cultura elevada) y de proteccionismo económico (lo nuestro para nosotros). Si sustituimos "Catalunya" por "España" o "Sevilla" encontraremos el mismo sinsentido de todos los nacionalismos: la creencia mística de una superioridad sobre el resto.

Es una suerte vivir en un país tan rico en lenguas (al final no se rompió España por hablar catalán en el congreso) y con culturas que defienden su historia propia, pero cuando se habla de dinero los sapos se vuelven indigestos. La amnistía y los indultos se aceptaron porque no afectaba a las carteras del resto y ayudaba a la normalización de la política.

Por el contrario, la financiación pactada para hacer a Salvador Illa presidente será difícilmente entendida por una tierra "hastiada de poner la otra mejilla", como dijo Carlos Herrera en su pregón de 1999. En Andalucía la sensación de maltrato (tan peligrosa a veces por inexacta) viene refrendada por datos económicos y de desigualdad.

Las prisas del Gobierno han impedido que se afronte la necesaria remodelación de la financiación de las comunidades: sólo se ha presentado escuetamente la de una de ellas, dejando al resto de las infrafinanciadas con el gesto torcido. No es coherente afirmar que son las personas y no los territorios las que pagan impuestos, y firmar un concierto fiscal exclusivo con una de las comunidades. O se cree en las fronteras o se intentan derribar; la federalidad a la carta no vale ni el sosiego de Illa lo cura todo.

El peligro de que el intento por arreglar el "conflicto" agrande la brecha económica y afectiva entre territorios es evidente. El voto dirigido por las entrañas apunta a ganador en los siguientes ciclos electorales. Servidas en bandeja de plata, las mayorías absolutas saldrán tan baratas como apelar al agravio comparativo y recuperar un pasado inexistente. Poco importarán entonces los bancos de la Alameda.