En el bosque de desgracias crece un árbol raro, una especie en peligro de extinción: una buena noticia. A partir de diciembre el Museo de Bellas Artes de Bilbao nos prestará cuadros de Goya, Zurbarán y El Greco mientras dure su ampliación, obra no demasiado afortunada de Sir Norman Foster. El regalo que llega desde Vizcaya es, sin ser desagradecidos, una manzana envenenada, un baño de agua gélida que nos coloca frente a un espejo de mediocridad y falta de amor propio. Todas las administraciones, algunas en manos del PP y otras del PSOE, son culpables de que la tan agasajada –agasajada con palabras, no por el BOE ni el BOJA- “segunda pinacoteca de España” siga relegada a un cuarto, quinto, quizás sexto lugar. Ni es valorada por los sevillanos, que reconocerán haberla visitado en alguna vaga ocasión, ni por los visitantes de free tour, sangría y paella.

El debate sobre la urgencia de abordar el Museo de Bellas Artes para darle un contenedor a la altura de su contenido agota. Desespera ver cómo las administraciones juegan al paso adelante y paso atrás. Ni Monsalves, ni convertir la Fábrica de Tabacos en el “Louvre De Sevilla”, ni parchear el convento de la Merced. Nada de eso es suficiente y sus promotores lo saben. Qué pena que la ciudad que dio a Velázquez sus primeros rayos de luz, las telas aterciopeladas y los cántaros de cerámica que luego dibujó para maravillar al mundo esté sumida en la morfina del buen vivir y los golpes en el pecho. Mientras repasamos el magnífico calendario de salidas extraordinarias de este otoño, las santas de Zurbarán, el blanco imposible de los cartujos, las caras universales de los niños y el poder de las Inmaculadas de Murillo, los volantes de Gonzalo Bilbao y las luces de noche de Bacarisas seguirán arrumbadas en un edificio que lleva con la ITV caducada 40 años. Cuadros mal expuestos, fatídicamente iluminados, huérfanos de divulgación, recorridos diabólicos, falta de coherencia museográfica. Un dislate que (lo prometo) no es el resultado de la vuelta a las obligaciones del curso sino de la falta de compromiso instalada en todos los agentes involucrados en el tema. Otra de las buenas noticias del mes, la vuelta de la consejera Patricia del Pozo a la cartera de Cultura invita a pensar que con su capacidad de diálogo explique al ministro Urtasun y al presidente Moreno que la situación del MBASE ha superado todos los límites de la paciencia y la justicia.

La ampliación del museo bilbaíno costará 45 millones de euros y su túnel bajo la ría, de 3.037 m de distancia, otros 600 millones. Curiosa diferencia entre el subsuelo vasco y el del Guadalquivir. Debe ser algo del RH negativo, o de los vientos del sur, o de la desidia, o del equilibrio de votos en el parlamento, porque de otra forma no se entiende que en Coria sea imposible soterrar un paso estructural para la movilidad territorial de Sevilla y en Bilbao se obre el milagro. Los caprichos de la geología, supongo.

El curso arranca como dejamos el anterior. Con la ciudad en un impasse aletargado, aburrido, indignante, y con las posibles ampliaciones del Museo de Bellas Artes cogiendo polvo en un cajón de Madrid. Antes que sea rescatado, seguro que al Cristo de la Expiración del Museo le da tiempo a salir muchas veces de su capilla, y a la Virgen de las Aguas, rogando al cielo, agotar la vía administrativa para que Puente, Urtasun, Moreno o el Sursum corda se acuerden de Sevilla.

Se dice que en política municipal hacen falta más gestores que políticos de carrera. La situación del último año viene a ponerle varios “peros” a ese enunciado. Los hemos tenido buenos, malos, rematadamente malos y regulares, y seguimos en la casilla de salida desde hace una década. Hoy que en los pasillos de Mercadona reina Cupido, quizás lo que necesitemos sea eso, un poco de amor, alguien dispuesto a saltarse la disciplina de partido, plantarse en Madrid o San Telmo y no salir de allí sin compromisos en firme.