John Cage (1912-1992) fue uno de los pioneros de la llamada "música aleatoria" -antecesora de la electrónica-, sin el que no se entienden las derivas de la música y el teatro del siglo XX. Sus avances experimentales fueron decisivos en la vanguardia de posguerra, en la danza moderna, y en una corriente que entendía la música como una extensión casi casual del ruido del mundo.

En uno de esos viajes iniciáticos que los jóvenes americanos aún hoy realizan, Cage visita Sevilla en una fecha indeterminada que, secretamente, sitúo en 1927. Me gusta pensar en Cage recorriendo Sevilla mientras, tras un portón de calle Orfila, se celebraban las jornadas del Ateneo que inauguran la Generación del 27.

Pocos meses antes de que Ignacio Sánchez Mejías diera el discurso inaugural del encuentro, Cage vive un momento revelador en el que sus inquietudes artísticas y vitales despiertan: "En la esquina de una calle de Sevilla me di cuenta de la multiplicidad de acontecimientos simultáneos, visuales y auditivos, que se dan juntos en una experiencia y producen goce. Para mí fue el principio del teatro y del circo".

Cage regresa a Los Ángeles con una idea renovada de las relaciones entre música y ciudad. Justo después compone canciones experimentales acompañadas de textos de Esquilo o Gertrude Stein, su escritora fetiche, que había emprendido el mismo viaje por España en 1914.

Después de recorrer Sevilla, aplica conceptos tan nuestros como "la unidad y la hermandad" en eventos espontáneos donde el artista y el público son parte de la obra, sin intermediarios. Esta idea de la obra abierta y total se formalizará en la década de 1960 en los "Musicircus", una colección de "performances" en las que la participación y la improvisación se combinan como si de una reconstrucción del pasaje sevillano se tratase.

Se desconoce qué tipo de escena desencadena la revelación de Cage, pero además de imaginar que fue en 1927, estoy convencido –sin prueba alguna- de que vio una revirá de la Macarena, o quizás de la Virgen del Rosario que Sorolla retrató también en 1914 y que hoy cuelga en la Hispanic Society de Nueva York.

No se me ocurre un escenario más revelador y disruptivo para un californiano de principios de siglo. Es bonito pensar que así fue –descartando caprichosamente alguna escena de flamenco callejero, por ejemplo-, e imaginar alguna de nuestras imágenes bajo palio y su acompañamiento musical como inspiradoras de las creaciones más transgresoras del siglo XX.

Igor Stravinsky había visitado la ciudad antes, en 1921, junto al fundador de los Ballets Rusos, Serguéi Diaghilev. Al paso del palio de la Virgen del Refugio, el músico comentó: "Estoy escuchando lo que veo y viendo lo que escucho”. Con "Soléa, dame la mano" de fondo, la frase parecería el prólogo disimulado de la revelación de Cage: en la misma ciudad y separados por diez años, ambos compositores presencian una experiencia que trasciende lo sagrado y lo pagano.

Un siglo después de ambas escenas, en la ciudad ha calado la idea de que la Semana Santa está excedida en sus medidas y sus formas. Se critica la cantidad de salidas extraordinarias o el número de marchas estrenadas cada año por esta u otra banda, a la vez que se las desprecia por su supuesta baja calidad y sonoridad. También los "bailes" acompasados de los costaleros, el número cada vez más creciente de hermanos nazarenos y, puestos a criticar, la vestimenta del público o el "no saber andar" de los que colonizamos el centro de Domingo a Domingo.

Ya he denunciado en varias ocasiones la "calvinización" de los opinadores más influyentes de la prensa morada, que como el agua descendiendo por los poros de la tierra, acaba inundando también las raíces más incipientes y jóvenes. Ver cómo futuros periodistas con alguna asignatura aún por cumplir -pero también a señores que superaron hace mucho sus carreras y que ostentan cargos señalados-, sientan cátedra sobre normas de decoro podría llegar a divertir si no fuese porque el atrevimiento es altamente contagioso. Vivimos un periodo en el que el Arzobispo es más moderno que muchos devotos, y en el que una Conferencia Episcopal cavernaria confronta con un Papa que busca orear las conciencias cristianas.

En ningún tiempo pasado tuvimos compositores de marchas procesionales mejor formados, nunca hubo una tutela del patrimonio sacro tan altamente cualificada ni nunca vimos un interés por la fiesta –pagana o sagrada, qué más da- como el actual. Siento arruinar la mañana a los nostálgicos selectivos, pero nunca tuvimos una mejor Semana Santa que esta. Sigo imaginando a Cage en 1927, pero lamento que no vaya a volver a Sevilla en este otoño repleto de salidas extraordinarias. Es entonces cuando imagino las notas de Bienvenido Puelles rebotando en las paredes del MoMA, y a un californiano incauto tarareando un revelador "Réquiem".