Los barrios no son como antes. Nací en el de Santa Cruz, un lugar situado en el corazón de la ciudad al que hace varios lustros los sevillanos apenas querían mudarse allí debido a los pícaros que recorrían a diario sus calles y jardines. Con el tiempo se puso de moda. Sus fachadas crecieron a la sombra de tablaos y buenos restaurantes que sirvieron de reclamo a personajes ilustres que volvieron a recorrer sus callejuelas. El barrio se llenó. Se recuperaron muchas casas en estado de semi ruina y rebosó de niños y de vida. Eran otros tiempos.
Graham Greene decía que "en el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad". Recuerdo las carreras de sacos junto a los Venerables en aquellas cruces de mayo que recuperó la Asociación de Vecinos y Amigos. Sus plazas cuando aún paseaban los organillos y los grupos de titiriteros que montaban sus números en aquellos carromatos sobre los adoquines de Alfaro.
Ya no está María, la del puesto de chucherías de la calle Justino de Neve. Tampoco está Román en la ventana de su local, ni Sergio en el bar de la esquina, ni Paco 'el carpintero' cuando se le necesita, aunque los recordemos cada vez que pasamos junto a sus fachadas.
En la antigua lechería abrieron una abacería y en la droguería de la esquina, otra tienda de recuerdos. Ya ni siquiera está Antonio, que regentaba el kiosco que antes despachaban las manos de Maruja o Fuentes. Eran tiempos en los que los niños podían ir al puesto solos a comprar estampitas o calquitos...
Con el tiempo llegaron en masa los turistas. Guiados como borregos con megáfonos, antenas y pañuelitos. Tan harto acabaron algunos vecinos de la situación que llegaron a quitar las placas en las que se narraban historias del barrio para que no les armasen una fiesta diaria bajo sus ventanas. Algunos solicitaron incluso el cambio de acera del azulejo que da nombre a la vía para evitar yincanas, visitas teatralizadas y demás jaleos.
"La estadística es una ciencia que demuestra que, si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno" (George Bernard Shaw). Los vecinos son el alma de las calles y ya muchas de sus callejuelas pasaron al otro barrio, pues apenas queda vecindario. El turismo trajo los apartamentos, las plazas comedor y los nuevos bares, aunque también la rehabilitación de sus locales y edificios y, gracias a ello -todo hay que reconocerlo-, hoy brilla de nuevo, aunque ahora transformado en parque temático. La magia no está en una isla, sino en el centro de las ciudades.
Antes de la llegada del globo teníamos el mirador de la Giralda, el trenecito de la bruja ya casi llega a Santa Justa, el galeón regresó al Paseo Marqués de Contadero, las heladerías están por todas partes -hasta manzanas caramelizadas venden por la Avenida- y las cabalgatas… quizás llueva.
Son tiempos modernos. Muchos de los vecinos ya solo pasean en la memoria. Al final, bien. El invierno se acerca. Todavía camino con la ilusión de cruzarme con María Asunción por la calle Mateos Gago…