Me he levantado muy temprano y he salido a las seis. Algunos creen que a esa hora no hay nadie, pero sí hay algunas personas que van y vienen.

Y en esos momentos constatas que ese aire, ese olor a mañana podría haber sido como el de alguno de aquellos días de principios de los ochenta caminando muy temprano por el centro hacia la estación de Córdoba para tomar un tren rumbo al instituto leyendo el ABC en los vagones de madera. Allí llegábamos mi hermano y yo por el silencioso camino de la Iglesia de San Buenaventura, Mesón de los Caballeros, Moratín y Marqués de Paradas.

Hoy me he encontrado a las siete una puerta de la Iglesia del Salvador abierta tras la cancela y me he parado a contemplar el altar dorado iluminado. Después, he pasado por La Alicantina recordando algunos de los momentos allí vividos.

Antes transité por la Calle San Fernando encontrándome con algunos trabajadores que parecían llevar una ruta fija hacia sus destinos. Solo quieres ver, mirar, observar, contemplar, interesarte por ese inicio de la mañana en un nuevo amanecer junto a las altas palmeras que ya se vislumbran en los Jardines de Murillo sobresaliendo del Alcázar.

Los pajarillos cantan aún tímidamente, como si no quisieran despertar a los que todavía descansan. ¿Cómo pueden éstos perderse esta mañana aún en la oscuridad? En una quietud donde te arropa el manto oscuro de la noche en un cielo estrellado sin que se refleje todavía el amanecer.

En esta mañana paseando por el barrio de Santa Cruz junto a iglesias, conventos y gatos que al principio del día hacen su vida sin que sean inquietados por el mundanal ruido ¿Para qué dormir en esta ciudad? ¿Para qué desperdiciar el tiempo en los confines de tu villa cuando estos instantes son solo para ti mientras atraviesas calles y rincones vacíos?

Si en realidad tu refugio es el cielo infinito, el escaparate de una librería que te recuerda obras maestras de la literatura que describen noches misteriosas como esta en las que aparecen figuras femeninas esbeltas que te adelantan con andares majestuosos, melena oscura de seda al viento mientras avanza hacia el horizonte bebiendo de ese frescor de la primera hora.

Y tú te vas mientras brotan sin cesar tus recuerdos porque has salido temprano a adelantarte a la vida en una mañana prometedora y única cuando ya ves la claridad: sorpresivamente ha amanecido con un fondo nuboso entre los faroles aún encendidos colgados de balcones de los que brotan hojas verdosas. Un gran árbol centenario se impone en una esquina y una torre de una iglesia destaca al fondo.

En una mañana triunfadora veo casas de estilo modernista de principios del siglo veinte con una arquitectura ideal que aún prevalece en algunos edificios del centro, por calles empedradas de trazado irregular estrechas con dos farolas en una y otra pared que casi se tocan. Un cartel con una guitarra y una pared que no corre recta, y a continuación "Las Teresas" Tapas-Copas desde 1870.

Pasa una rubia alta y elegante, y su cabello dorado contrasta con su rebeca negra sobre el que descansa en un traje verde montaña. Y ya estoy en la Iglesia del Convento de San José del Carmen del siglo XVI, "Horario de Misas: laborables, a las 08.45 horas". Al fondo, un cielo celeste, de frente vienen dos japoneses, una pareja que sonríe y se cogen de la mano.

La Plaza de Santa Cruz rodeada de naranjos y limoneros me lleva a la calle Mezquita de baldosas con rombos y casas misteriosas con algunas luces encendidas, que desemboca en otra plaza con árboles gigantescos y la estatua de Don Juan, en homenaje a su figura universal, orgullo de su mito.

Y ya por fin, el azul al fondo bajo el que parece esconderse un sol que pretende asomar, sin saber cuántas horas llevo ya paseando por Sevilla.