El pasado viernes comencé a escribir "Una conversación con Don Juan Carlos" desconociendo yo el texto que seguiría al título de mi artículo. Decidí narrar un relato imaginario en el que el rey emérito requería mis servicios y me solicitaba comparecer en Estoril, lugar en el que me llevé una gran sorpresa: me encontré en aquella mansión con Bárbara Rey al tiempo que el rey me invitaba a tomar un buen burdeos.

Recibí como otras veces felicitaciones por mi artículo, otros no dijeron nada y hete aquí que las primeras señales que indicaban que este caso sería diferente a otros llegaron el sábado por la noche cuando uno de los amigos a los que había remitido mi relato me expuso bruscamente que "me había pasado tres pueblos" y que "era un exceso de ego". Aunque le contesté que yo había indicado al final de mi texto que se trataba de un relato ficticio, me espetó:

- "¡Con el rey, no!".

Al ser una crítica aislada y sin descartar yo que tuviese más lectores descontentos, descansé esa noche sin remordimientos. Pero no hubo de pasar mucho tiempo para que a solo unos metros de mi casa fuese sobresaltado repentinamente a la mañana siguiente por un amigo jurista que con cara seria se acercó a mi como si portara una mala noticia y tras unos segundos de silencio, me recriminó:

"¡Tu columna de ayer ha causado gran estupor!".

No se trataba ya de lo que me estaba diciendo mi docto amigo sino de cómo me lo decía pues su mirada era severa y de hondo disgusto.

-¡Ah, cuéntame! – le respondí yo.

-¡Tanto a mi como a los demás del grupo donde se ha compartido tu columna sobre Juan Carlos I, nos ha sentado muy mal lo que dices!

-¡Hombre, Gualberto! ¡Es un relato y lo advierto al final!

-Exactamente, lo dices al final pero habrá muchos que no hayan llegado hasta el final.

Y así siguió un rato más sin que mis palabras sirviesen para quitarle el sofocón.

Llegué a dudar de que mi historia fuese una creación literaria y quizás me habría excedido no valorando el daño que un cuento "real" podría hacer en los muy monárquicos y juan carlistas.

Eran dos objeciones a mi opinión escrita pero quizás fuese la punta del iceberg y ya no me mirarían igual en ciertos círculos. Algunos hasta me rogarían que no les enviase más artículos míos por considerarlos irrespetuosos, aunque no me lo mencionaran expresamente.

Por otra parte, pensé que tendría que ver también la parte positiva de estas críticas pues eran un claro aviso de que mi columna en El Español se leía. Ciertamente, este verano distintas personas en la costa me habían desvelado que mis escritos se comparten en chats de ciertos empresarios y profesionales. Algunos de los cuales me aseguraban haber disfrutado con lo que yo escribía.

¿Para qué escribe uno? ¡Para que lo lean! Y si además te dicen que les ha gustado lo que cuentas, más te animarán éstos a seguir escribiendo.

Ya entrada la semana, cuando volvía de mi caminata matutina el lunes caí en la cuenta que había olvidado devolver la llamada a un colega y buen amigo. Lo que voy a exponer a continuación hizo que me preocupase sobre algo ya casi olvidado del todo.

-¡Hola, Luis! ¿Qué tal?

-Pues nada, que he visto tu llamada y aprovecho para saludarte.

-¡Hombre, Luis, no me hagas esto! ¡Que estaba leyendo el sábado tu artículo, me lo estaba creyendo y de pronto veo al final que todo es una broma! ¡Esto no se hace a los amigos!

-¡Claro y lo advertí! Así debía hacerlo.

-¡Pero tú tienes que tener más cuidado, eh! ¡Con la corona no se juega! ¡Ha sido el Jefe del Estado! ¡Vamos, vamos!

No es que valorara más esta última oposición pero teniendo en cuenta que con este abogado celebramos algunos años la comida de navidad junto a su equipo, me afectó más su perorata.

De manera que tuve que pensar a partir de esa conversación en las felicitaciones que había recibido de otros muchos lectores a los que lejos de disgustar mi relato, les había divertido.

También vinieron a mi memoria aquellas llamadas que me hicieron gente muy cercana cuando escribí un relato sobre mi supuesta visita a La Moncloa para hablar con Sánchez y Begoña en los días de reflexión del presidente.

-¿Luis, has estado de verdad en La Moncloa?

-¿Es verdad, lo que cuentas?

Esto es lo bonito de escribir: las distintas reacciones de los lectores y el misterio sobre las opiniones que no conoces.