Yo conocí a un profesor, a un poeta, a un filósofo. Yo conocí a un amigo que era elegante, educado, simpático, alegre. Sabía vivir y beber de la vida. Tenía mucha vida, mucha literatura, muchas clases, muchos alumnos, conferencias, charlas y tertulias. A mi me contó como vivía sus noches y sus días, me habló de sus mujeres y sus quereles.

Lo veo ahora en su casa delante de su biblioteca, regalándome un libro de García Márquez: "La Hojarasca". Lo veo ahora en el Jueves, rodeado de libros, con sus amigos libreros y un vino en la mano frente a Casa Vizcaíno. Lo veo en la tertulia de la Puerta de la Carne rodeado de profesores y estudiantes. Lo veo en El Cairo, almorzando con nosotros ¡Un blanco seco, por favor! Siempre tan educado.

Políticamente distintos, pero con respeto. "¡Vienes muy elegante, Luis!" Y me alegraba cuando me decía que me leía. "¡Tú tienes estilo, tienes que seguir escribiendo!". Apuntaba el profesor de Teoría de la Literatura y Literatura comparada. Arreglado, repeinado, para recoger a su discípula aquella tarde, puntual, como si fuese un colegial, partía del Salvador. Su tono de voz suave, melódico, poético, su risa, su sonrisa. Era un vividor, trasnochador, Noel Rivas: sigue estando con nosotros.

"¡Yo tengo un libro para ti, el Ars Amatoria, de Ovidio!" Una tarde en la plaza de la Encarnación, un almuerzo en el Rotary, una copa en el bar americano del Alfonso XIII. En su rincón del Samoa, con su whisky preferido, sentado en un taburete echado en la pared, contando mil y una historias.

Él aparecía de noche como si tuviese veinte años, a veces hasta los amaneceres ¡Cómo contaba sus vivencias y definía a los personajes, los caracterizaba, los veía, los ponía ahí, los imitaba! Impartía conferencias, era un intelectual, un erudito, miembro de la Academia. Noel Rivas Bravo, recitador de Rubén Darío. Noel Rivas, nicaragüense de Granada afincado en Sevilla. Muy amigo de sus amigos: Camacho, Polaino, Sánchez, Ada, Ninfa; un hombre con mucha vida interior.

Tú sigues ahí, Noel, en la tertulia, inmortal; nunca te has marchado porque seguimos oyendo tu voz parsimoniosa, cadencial, serena, musical. ¿Cuántos secretos te llevas? Como algunos que nos contaste sobre la guerra sandinista y lo que tuviste que hacer. Ahora recuerdo cuando nos hablabas de tus billares, tus amigos, tus cervezas, tu familia. Tus admiradoras allí y aquí.

Y ella, allí, hermosa, esbelta, delante de la biblioteca, y tú disimulando casi como si no la conocieras. ¡Qué dirán de esta joven! ¡Qué dirán de la vida! ¡Qué dirán del amor! ¿Por qué preocuparse de la vida, profesor? ¡Y menos del amor!

Decía aquel amigo escritor, Crespo, que tú te habías reencarnado en Rubén Darío, que cuando lo recitabas parecías él: y que quizás era verdad.

En la Alfalfa, en el bar aquel de madera, como en un café parisino, hablando con los camareros que te apreciaban, saliendo fuera a ver pasar la vida. O refugiándote en el cine, otra de tus grandes aficiones.

Como dejó escrito Rubén Darío:

"…Me abisman el ensueño y la muerte;
he leído muchos filósofos y no sé una palabra de filosofía.
Tengo, sí, un epicureismo a mi manera:
gocen todo lo posible el alma y el cuerpo sobre la tierra,
y hágase lo posible para seguir gozando en la otra vida."