Cuando aún nuestros sentidos conservan el olor y el tacto de los ejemplares expuestos en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, Sevilla nos regala la oportunidad de un nuevo encuentro con la literatura gracias a la inauguración de la Feria del Libro 2024. Además, como novedad, este año las casetas han sido ubicadas en un enclave particular de la ciudad: los Jardines de Murillo. Un escenario que, sin duda, realza la belleza de la Feria y su atmósfera literaria.

Durante los próximos días, los amantes de las letras tendremos la oportunidad de pasear por las casetas, asistir a presentaciones y firmas de libros, conversar con autores y, sobre todo, sumergirnos en millares de portadas y títulos que harán difícil la elección de escoger alguno de ellos. Pero, ¿se han preguntado alguna vez qué nos lleva a elegir un determinado libro? A veces acudimos con una idea clara; otras, nos dejamos llevar por impulsos: una sinopsis interesante, un título atractivo o, sencillamente, una portada sugerente que nos sirve de invitación visual. Son pequeños detalles que despiertan nuestra curiosidad y que inclinan nuestra decisión hacia un ejemplar u otro.

Sin embargo, lo que no cabe duda es que, fruto de ese encuentro casual, puede surgir una relación íntima entre el libro y el lector, capaz de transformar nuestra vida de maneras insospechadas. Existe una magia particular en ciertos libros, una especie de vínculo que nos hace sentir más que meros espectadores de la trama. A veces, experimentamos la historia tan intensamente que nos convertimos en personajes secundarios y llegamos a empatizar con los protagonistas como si fueran miembros de nuestro círculo más cercano. En otros casos, simplemente, un capítulo, una frase o una palabra puede representar una auténtica revolución en nuestro pensamiento, llegando a marcarnos para siempre el resto de nuestras vidas.

Y cuando la contraportada da por cerrado el libro, marcando el final de la historia, nos asalta un profundo vacío del que necesitamos un tiempo para recuperarnos. De hecho, quién no se ha preguntado alguna vez, al concluir una novela, pasados los meses, ¿qué será de la vida de los personajes? Quizás, esa pregunta surge impregnada de nostalgia por el tiempo compartido con ellos en la lectura.

Pero no se equivoquen: no todos los libros son iguales, ni todos despiertan esa misma sensación de conexión, comprensión o admiración que a veces nos sorprende al leer. No me cansaré de repetir que, para cada persona, hay al menos un libro que logra penetrar sus barreras emocionales e intelectuales, incluso para aquellos que se declaran «no-lectores» confesos. Pero el encuentro con ese libro suele depender también del momento en el que llega a nuestras manos. En realidad, cada libro tiene su edad. Esto no significa que exista un rango de años fijo para leerlo, sino más bien que los libros tienen una «edad emocional» que se sintoniza mejor con ciertos momentos de nuestra vida.

Por ello, cuando paseen por los Jardines de Murillo y asomen sus intrépidas cabezas por los stands de la Feria del Libro en busca de alguna obra para llevarse a las manos, déjense guiar por su instinto lector o, simplemente, por la mera curiosidad. Quizás, al otro lado de las solapas, encuentren ese libro que aguardaba pacientemente el momento exacto para resonar en sus vidas de una forma inesperada.