No hace falta ser un gran observador para darse cuenta de que Sevilla es una ciudad de marcados contrastes. Un buen ejemplo de esto se vivió el pasado fin de semana, coincidiendo con el puente de Todos los Santos. Al finalizar octubre y dar la bienvenida a noviembre, la ciudad se encontró en un peculiar cruce de caminos entre la tradición local del Día de los Difuntos y la creciente influencia de Halloween.
Durante los últimos días de octubre, numerosos comercios adornaron sus establecimientos con telarañas, calabazas y esqueletos, elementos característicos de esta celebración anglosajona, donde la muerte y el miedo se erigen como hilo narrativo. En los últimos años, han proliferado las fiestas de disfraces en locales de ocio y las actividades temáticas en los centros comerciales.
Mientras, en los barrios residenciales, cada vez es más común ver grupos de niños disfrazados de pequeñas criaturas tenebrosas recorriendo las calles y llamando a las puertas con el ya famoso "¿Truco o trato?". Es evidente que Halloween ha llegado para quedarse. Y, a pesar de no tener tradición alguna en nuestra tierra y de estar marcado por una feroz fiebre consumista, Halloween ha hundido sus raíces entre los más jóvenes.
Sin embargo, más allá del debate sobre si incluir o no esta celebración pagana dentro del calendario festivo de Sevilla, queda claro que Halloween debe respetar el orden público y la seguridad. En los últimos años, hemos visto cómo algunos jóvenes aprovechan la noche de difuntos para cometer actos vandálicos, convirtiendo esta celebración en una especie de "noche sin ley", donde parece que todo está permitido: robos, agresiones, intimidaciones… Todo agravado por el anonimato de los disfraces y el componente sugestivo del miedo.
Pero Halloween no ha monopolizado el puente. Para aquellos que han querido ser fieles a la tradición, ha existido la posibilidad de celebrar el Día de Todos los Santos de una forma más clásica. A pesar de la lluvia, un año más los cementerios se han llenado de personas, han sido testigos de encuentros familiares y han presenciado conversaciones sobre recuerdos y anécdotas de aquellos que ya no están. Todo ello, acompañado de millares de flores que han creado un paisaje de colores vibrantes entre el luctuoso y apagado tono gris del camposanto. Una ocasión íntima para reflexionar sobre el paso del tiempo, para honrar la memoria de los difuntos, pero también para celebrar la vida.
Otros quizás hayan preferido endulzar este día solemne con los tradicionales huesos de santo, que han copado buena parte de los escaparates de las confiterías de la ciudad, o adentrarse en las profundidades del clásico teatral Don Juan Tenorio de José Zorrilla, representado en un lugar emblemático como la Iglesia de San Luis de los Franceses. En esta obra, el amor, la ambición y la tragedia se entrelazan, tejiendo una de las joyas más brillantes y representadas de nuestra literatura, con la ciudad de Sevilla como telón de fondo.
Por si esto fuera poco, este año Sevilla ha contado también con varias salidas extraordinarias durante el puente, como la de la Virgen del Socorro, el Cristo de San Agustín y la Virgen de la Estrella (en días diferentes). Procesiones que, sin duda, han hecho olvidar el carácter fúnebre propio de estas fechas, llenando las calles de una multitud de personas que disfrutaron de un ambiente cofradiero más propio de la primavera que de un primero de noviembre.
Se celebre el Día de los Difuntos de una forma u otra, lo que resulta evidente es que esta combinación de tradición y modernidad genera un ambiente singular en Sevilla, donde lo antiguo y lo nuevo coexisten y se enriquecen mutuamente. Así, la ciudad se convierte en un espacio donde cada generación encuentra su lugar, y donde las distintas culturas se fusionan, mostrando una Sevilla que evoluciona sin olvidar nunca sus raíces.