Hay ocasiones en las que pretendemos despejarnos del trabajo y de las preocupaciones diarias y acudimos a comer a un restaurante en el que el ruido es insoportable, no digamos ya algunas de las conversaciones que sin querer oímos.
Igual nos ocurre cuando decidimos viajar hacia alguna playa para relajarnos y nos cuesta encontrar alguna zona despejada en la que podamos disfrutar del sol y el mar. Precisamente, llevo años veraneando en lugares en los que no suele haber muchos españoles. Y no es porque yo tenga algo en contra de nuestro idioma sino que al oír lo que hablan otros en inglés, francés o alemán, solo capto sin querer algunas palabras o frases.
A veces, he estado en restaurantes del Algarve que sé que no visitan muchos españoles porque prefiero escuchar conversaciones en portugués, inglés u otros idiomas, que me mantienen alejado del contenido de dichas disertaciones. Así disfruto de la conversación y el silencio con la persona o personas que me acompañan.
Pero hay muchas veces en las que instantes después de tomar asiento caemos en la cuenta que ya ha sido descubierto uno de nuestros lugares favoritos y se acomodan varios ciudadanos que por su acento pueden ser de Sevilla o Huelva, y no es que nos molesten por ser paisanos o próximos, sino que suelen hablar en un tono ligeramente más alto que los naturales de la costa lusitana o los foráneos que asiduamente la visitan.
No es que yo desee presumir, pero habitualmente procuro que mi conversación en la mesa solo sea oída por quienes la comparten conmigo. Aseguro que se puede intentar y se consigue. Es más, pido disculpas a los que lean estas líneas y seguramente hayan captado parcialmente algunas frases mías en un local.
Recuerdo un día de este verano que al comer ya tarde en un restaurante de playa en Altura, teníamos a unos onubenses funcionarios en la mesa de atrás, un matrimonio y la hermana de la esposa, que hablaban de sus jefes no demasiado bien, de algunos compañeros no tan mal aunque algunas veces sí, en la primera parte de su plática. Si bien, algo más tarde derivó su murmuración en asuntos de herencia en la que había ciertos conflictos con otros familiares, notando que desde el momento en que el camarero les sirvió una segunda botella de vino blanco, que poco les duró la primera, el tono de voz de nuestros vecinos iba subiendo y nosotros que hablábamos en voz bajita apenas si podíamos concentrarnos en nuestros temas.
A la vez, notaba que la señora que tenía enfrente mía se iba poniendo cada vez más colorada conforme la botella de vino muy fría gracias a la cubitera repleta de hielo era manejada por ella con destreza al servir a sus deudos y a ella misma. A la vez que el licor menguaba el volumen de voz subía.
Entiendo que algún lector pueda tildarme de alcahuete por describir con tanto detalle lo que sucedía en esa mesa de la terraza del restaurante de madera en la playa de Manta Rota, en el que por cierto el pescado y la sangría blanca con la que lo acompañamos estaban riquísimos y a unos precios aceptables. Pero es que como ya he afirmado anteriormente, es difícil no oír o ver lo que tienes tan cerca.
Por la misma causa, en verano suelo descansar en Marbella y voy a terrazas o restaurantes en los que la mayoría de los asiduos son extranjeros. Ya que intento conversar, leer y escribir disfrutando del paisaje marítimo oyendo cómo rompen las olas, mejor que captar involuntariamente una conversación cercana donde se critique a algún amigo o familiar, se hable de las porfías en herencias o se hagan confidencias sobre una ex pareja a pesar del tiempo transcurrido desde la luctuosa ruptura.
En verdad suelen ser casi siempre los mismos temas que se escuchan sin que pretendamos hacerlo, u otros más domésticos y menos críticos para con los demás, pero que no deseamos percibir. Por eso a veces tomamos un vuelo hacia ciudades europeas en las que en medio de unas vacaciones uno se despeja aún más que en los lugares habituales de descanso.
En Sevilla, me gusta ir a bares y restaurantes del Barrio de Santa Cruz o lugares del centro que también visitan muchos turistas, pues estar en Las Teresas degustando un buen jamón o un bacalao con tomate con una cerveza muy fría sin que nadie perturbe ese momento es de agradecer y una buena costumbre.