Hace unos días, iba yo caminando por una calle del centro de Sevilla en dirección a la Macarena. Eran sobre las nueve de la mañana y hacía fresco, mi atuendo era deportivo y portaba una gorra de golf, por lo que en cierto modo podía pasar desapercibido para aquellos que se cruzaran conmigo y me conociesen.
Al pasar junto a una librería de libros antiguos junto a un bar propicio para desayunar, me fijé en éste descartando rápidamente entrar en él por la premura pero fue uno de esos momentos en los que recuerdas otros tiempos en los que habías transitado por allí.
Me dispuse a seguir con paso rápido hacia mi destino cuando a la altura de la librería mencionada, que también me trae muchos recuerdos -de hecho, estuve ahí la última vez con mi hija y adquirí unos valiosos libros- vi venir en mi dirección a un señor que conocí hace tiempo y era uno de los profesionales en su especialidad más conocidos de Sevilla.
Lo reconocí rápidamente y al igual que yo iba paseando si bien a un ritmo más moderado, y observé que iba muy ensimismado envuelto en sus pensamientos. Creo que no me advirtió y por eso no me saludó; yo tampoco quise perturbarlo en su meditación.
Acto seguido, pensé en él pues aunque hacía más de veinte años que no manteníamos una conversación, habíamos hablado en su día de lo divino y de lo humano. Y así, poco a poco, me fui alejando del lugar donde se produjo el referido encuentro. Sin embargo, seguí pensando en él y en lo que había sido su carrera profesional llena de éxitos y reconocimientos, pero un día truncada por una serie de acontecimientos sorpresivos para los demás, quizás no para él, que alteraron para siempre su vida personal y profesional.
Así pasa la gloria del mundo, así son de efímeros los triunfos. La fama es pasajera. Sic transit gloria mundi.
El tiempo transcurre velozmente, el tiempo se escapa como una nube. Por eso, debemos vivir la vida en los momentos presentes y no pensar siempre en lejanas metas. Tempus fugit.
Seguí escuchando con la ayuda de mis auriculares inalámbricos buena música disco de los setenta y ochenta, lo que me hizo recordar aquellos años tan bonitos de noches en discotecas, amigos para beber y amigas para bailar, en unos días que se alargaban hasta la madrugada sin que el cansancio nos venciera. Noches de llegar a casa y seguir leyendo en la cama buena literatura con el ventanal de la terraza entreabierto respirando aire limpio y fresco de la sierra divisando los viejos tejados muy cerca de ti.
De aquellos quince años al día de hoy parece que nada ha cambiado ¡Pero tantas cosas han pasado! ¡Y tantas cosas siguen igual! Reconozcamos que hemos vivido y que hemos dados pasos importantes en la vida que aunque parezcan sencillos han sido todo un triunfo y nos hemos librado de desagradables aconteceres como el de ese hombre al que me encontré el otro día, que aunque muy tranquilo y con buena presencia, hubo de adaptarse a sus nuevas circunstancias que un día de pronto le acontecieron.
Vivamos el día, disfrutemos del momento. Estemos con los nuestros y ayudemos a los demás en la medida de nuestras posibilidades, pero principalmente cuidémonos a nosotros mismos para que de ese modo seamos fuertes ante los que nos necesitan a su lado.
Pensemos en tantas personas que un día estuvieron muy arriba y de pronto se vieron arrastrados precipitadamente por el devenir y unos acontecimientos que no avisaron de su llegada.
Nunca estamos preparados del todo para los cambios bruscos pero en cierta forma deberíamos estarlo, pues la vida es efímera, la fama es pasajera y el tiempo transcurre velozmente.