La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a la inauguración de la exposición de mi compañero de universidad Paco Pérez Valencia, en colaboración con el periodista Luis de Vega, en el Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla. Una propuesta artística híbrida, donde la pintura y la fotografía se fusionan para explorar la realidad de los conflictos de nuestra sociedad y concienciar sobre la urgente necesidad de repensar el mundo en que vivimos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de este proyecto artístico fue, sin duda alguna, su título: Los que no se rinden. Esa frase, directa y rotunda, me llevó a reflexionar sobre cómo el arte y la creatividad son herramientas fundamentales para resistir frente a las adversidades, para cuestionar lo establecido y para imaginar nuevos horizontes. Paradójicamente, vivimos en una sociedad que tiende a relegar estas capacidades a un lugar secundario, cuando, en realidad, son una necesidad esencial para nuestra formación y progreso como seres humanos.
Desde niños desarrollamos de forma natural las habilidades creativas y artísticas como medio de expresión. Nos comunicamos con nuestro entorno pintando garabatos, dando forma a la plastilina, bailando sin vergüenza alguna o creamos narrativas imaginarias a través de nuestros juguetes. Incluso aprendemos a hablar al mismo tiempo que tarareamos nuestras canciones favoritas. Sin embargo, conforme vamos cumpliendo años y avanzando en el sistema educativo, las artes y ese espíritu creativo quedan relegados a un segundo plano, considerados como algo trivial y, sobre todo, poco serio para el modelo formativo. Cada vez se reducen más las horas de música o plástica en los colegios e institutos. Incluso, en las materias de letras, la Lengua parece ir desplazando sibilinamente a la Literatura, rompiendo lo que se supone que es un maridaje equilibrado entre ambas. Ese statu quo que viene a ser una especie de «tanto monta» de las Humanidades.
Por el contrario, hoy día la mente matemática, aquella del pensamiento analítico, de las cifras exactas y de las respuestas objetivas parece erigirse como garantía de éxito educativo para los estudiantes. Cada vez se potencia más la Ciencia y la Tecnología en los planes de estudio, esas materias del resultado preciso y concreto que van relegando al ostracismo docente a las que fomentan el pensamiento crítico y creativo, como son las Artes y las Humanidades. Estas que son consideradas por muchos como "enseñanzas de segunda" o, peor aún, que no generan dinero (¡ese poderoso caballero, que diría el gran Quevedo!). De hecho, ahí radica la esencia de esa concepción errónea. Ser artista se ha considerado históricamente como una profesión de pobres y, en la actualidad, muchos siguen considerándola como algo poco serio. No es raro escuchar comentarios como: "eso mejor como hobby; trabaja en algo de provecho", cuando alguien confiesa su deseo de dedicarse profesionalmente a alguna disciplina artística.
Y no se confundan, esto no es un ataque a las materias de Ciencias y Tecnología. Sería absurdo desmerecer disciplinas que han sido claves en buena parte de las grandes transformaciones del mundo. Pero sí quiero que sirvan estas palabras a modo de alegato en defensa de las Artes y las Humanidades que también han desempañado una labor esencial en dichas transformaciones. Porque, seamos sinceros, ¿qué hubiera sido de la humanidad sin esos "pobres artistas"? (y lo digo con la certeza de que muchos de ellos fueron, literalmente, pobres). Aquellos que nos enseñaron a ver el mundo con otra mirada, que nos hicieron sentir hasta el extremo de emocionarnos con sus cuadros, sus canciones o sus versos, que dejaron en nuestra alma la huella imborrable de su arte, recordándonos que la belleza trasciende el espacio y el tiempo. Aquellos, que nos hicieron vivir con sus obras, porque, sin ellas, nuestra existencia se reduciría a un pasar de días. En definitiva, aquellos que no se rindieron y no cejaron en su empeño de contar la vida de otra forma. Por eso, en cualquier estamento educativo, no podemos negarle la espalda a las Artes y las Humanidades, porque despreciar estas disciplinas sería lo mismo que rechazar nuestra propia esencia como humanos. Y no puede haber mayor incoherencia en este mundo que hombres y mujeres sin humanidad.