La semana pasada, Sevilla vivió uno de los momentos más importantes de su historia religiosa y cofrade con la imposición de la Rosa de Oro a la Virgen de la Esperanza Macarena. Este reconocimiento, concedido por el Papa, es el mayor honor que puede recibir una imagen devocional en la Iglesia Católica, y en España tan solo dos imágenes marianas más cuentan con esta distinción: la Virgen de la Cabeza, desde 2009, y la Virgen de Montserrat, reconocida en 2023. Por tanto, el acto celebrado en Sevilla no solo ha reforzado la dimensión universal de la devoción a la Macarena, sino que supone un hito histórico y un motivo de orgullo para la ciudad y para todos los cofrades hispalenses.
Sin embargo, desde que hace unos meses se conoció la noticia de este reconocimiento pontificio, se han escuchado voces discordantes en algunos mentideros cofrades y, en especial, en las redes sociales. Estas críticas han cuestionado la concesión de la Rosa de Oro a la Macarena, preguntándose por qué dicha imagen ha sido la receptora de este reconocimiento y no otra. Este debate, aunque minoritario en términos generales, ha generado cierta polémica en el seno de la comunidad cofrade, revelando una vez más las tensiones internas que, desgraciadamente, afloran de manera recurrente en el mundo de las hermandades.
Es cierto que las discrepancias dentro del ámbito cofrade no son algo nuevo. Desde siempre, el fuerte carácter crítico que define a los cofrades ha propiciado debates intensos, que, en muchos casos, han sido constructivos y enriquecedores. Discutir y reflexionar sobre aspectos estéticos, litúrgicos o de gestión ha permitido que la Semana Santa evolucione y alcance un nivel de excelencia reconocido mundialmente.
Sin embargo, bien es cierto que, en los últimos años, la irrupción de internet y las redes sociales ha transformado la forma en la que se producen estos debates, dando lugar a polémicas que no solo fomentan la crispación, sino que acentúan la polarización entre cofrades o, en ocasiones, desvían el foco de atención hacia cuestiones mucho más banales, olvidándose de lo que verdaderamente importa.
A veces son pocos los que inician tales discusiones, pero sus palabras se ven magnificadas por la capacidad expansiva de las trincheras digitales, donde el anonimato o la distancia emocional amplifica los conflictos, transformando diferencias legítimas en ataques personales y afectando, no solo la vida interna de las hermandades, sino también su imagen pública.
¿Cuántas críticas destructivas se han vertido en las redes sociales sobre la forma de andar de los pasos, la vestimenta de los sagrados titulares o la elección de una determinada banda o estilo musical? O, en el peor de los casos, ¿cuántos comentarios lacerantes se han escuchado menospreciando la estética o la devoción de una imagen procesional?
Este "cainismo cofrade" no hace más que atentar contra la esencia de las hermandades, alentando al enfrentamiento entre iguales en vez de perseguir los pilares esenciales sobre los que se debe configurar la vida de los cofrades: la formación catequética, la obra caritativa y asistencial y el amor fraterno entre hermanos unidos en comunidad. A veces no somos conscientes de que estos debates infructuosos no solo perjudican internamente la vida cofrade, sino que proyectan una imagen negativa hacia aquellos que son ajenos al mundo de las hermandades, quienes ven en ellas más un club de aficionados que organizaciones devocionales con un compromiso social y espiritual.
Quizás sea el momento de reflexionar sobre el impacto que tienen nuestras palabras y acciones, especialmente en un mundo interconectado como el actual. Es fundamental recordar que las hermandades no solo son custodias de un valioso patrimonio artístico y devocional, sino que también son espacios de comunión, servicio y fe. Solo desde la concordia y el respeto mutuo será posible honrar su esencia, alejándonos de conflictos infecundos que desvirtúan su misión y comprometiéndonos con aquello que realmente importa: actuar con integridad, responsabilidad y valores en cada una de nuestras obras y gestos. Porque ante un mundo tan necesitado de esperanza, la Rosa de Oro concedida a la Macarena nos sirve de recordatorio para comprender que la verdadera grandeza reside en aquello que nos une y no en lo que nos divide.