Conocer a un periodista a través de sus escritos es, en esencia, conocer una faceta cuidadosamente seleccionada de su identidad. Las palabras que escogen, los enfoques que priorizan y las causas que defienden son las herramientas con las que construyen su perfil público. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando descubrimos quién es realmente la persona detrás de esas palabras? Este cambio de perspectiva puede ser revelador, inspirador o incluso desconcertante.
En su forma ideal, el periodismo busca la verdad, la objetividad y la imparcialidad. Un buen artículo nos lleva a reflexionar, a cuestionarnos y a aprender, todo sin la necesidad de que sepamos detalles de la vida personal o ideológica del periodista. En este contexto, el anonimato —o al menos, la separación entre la obra y la persona— juega un papel fundamental. Los lectores tienden a juzgar el contenido por su mérito, sin distracciones ni prejuicios.
Sin embargo, este anonimato también es una especie de máscara. Los lectores, al no conocer al autor, atribuyen al texto una universalidad que puede no existir. Esto nos permite conectar con las ideas sin necesariamente considerar las motivaciones o los sesgos detrás de ellas.
Cuando la persona detrás del periodista sale a la luz, la percepción cambia drásticamente. Cuando el periodista deja entrever sus opiniones personales o su vida privada. Las redes sociales, entrevistas o columnas de opinión exponen a los escritores y nos dan un acceso directo a sus pensamientos más allá de sus artículos. Este fenómeno puede generar dos tipos de reacciones: la primera es Confirmación y Admiración: Cuando las ideas personales del periodista coinciden con las del lector, se refuerza la conexión y la confianza en sus escritos. Por ejemplo, si un periodista ambientalista demuestra en su vida privada un compromiso genuino con la ecología, sus artículos ganan en credibilidad y resonancia.
Y la segunda es Rechazo y Escepticismo: En cambio, cuando descubrimos que las opiniones o acciones del periodista no coinciden con nuestras expectativas, su trabajo puede perder credibilidad. Por ejemplo, un periodista que defiende la transparencia en la política, pero se ve envuelto en un escándalo ético podría enfrentar un juicio público que afecta la percepción de su obra.
Los periodistas tienen un rol único en la sociedad, ya que son intermediarios entre los hechos y el público. Esta responsabilidad hace que los lectores esperen una coherencia inquebrantable entre su vida personal y profesional. Sin embargo, ¿es justo este estándar? Después de todo, los periodistas, como cualquier persona, son seres humanos con contradicciones y matices.
En muchos casos, la revelación de las creencias personales del periodista puede ser una herramienta para comprender mejor su trabajo. Sin embargo, también puede sesgar a los lectores, quienes podrían reducir toda su obra a una opinión o ideología concreta, perdiendo de vista la riqueza del análisis que originalmente ofrecían. La personalización del periodismo plantea una pregunta esencial: ¿podemos separar las ideas del mensajero? Idealmente, deberíamos poder evaluar un artículo por su contenido, pero la realidad es que el conocimiento del autor afecta inevitablemente nuestra percepción. Esto puede ser una oportunidad para fomentar un consumo de información más crítico y consciente, pero también puede alimentar prejuicios y polarización, ese es el impacto que resulta del consumo de la información.
El periodista vive entre dos mundos: el profesional, donde busca informar con precisión y objetividad, y el personal, donde navega sus propias convicciones y emociones. Como lectores, tenemos la responsabilidad de acercarnos a su trabajo con una mente abierta, evaluando sus escritos por su mérito sin ignorar completamente el contexto del autor.
En última instancia, conocer al periodista detrás del texto puede enriquecer nuestra experiencia como lectores, pero también nos reta a ser más críticos, reflexivos y justos en nuestro consumo de información. Porque, al final, la verdad rara vez es completamente objetiva, pero siempre merece ser buscada.
Y verdades son los brindis de navidad que nos ofrecieron amablemente las firmas Cuqui Castellanos en su tienda de la calle Rosario. Allí recibió a clientes y amigos que les obsequio con un magnífico cava.
Tampoco fue menos divertida la copa en la joyería Shaw con los encantadores hermanos Carlos y Angela Shaw atendiendo a todos los invitados.
Pero no fue un brindis, sino un estupendo desayuno con Migas, que como viene siendo habitual todas las navidades, organiza la polivalente Belén Martínez para la Cámara de Comercio cuyo presidente Francisco Herrero tuvo la amabilidad de recibir y acompañar a todos los compañeros periodistas
Y por supuesto felicitar el año con todo mi cariño.
En la siguiente nos vemos y os seguiré contando qué pasó por aquí.