Hay días que están marcados en el calendario con un aura especial y, sin lugar a dudas, para muchas familias el Día de Reyes es una de esas fechas. El 6 de enero es mucho más que una simple tradición. Es un día mágico, donde la ilusión, los nervios y las emociones se mezclan en una coreografía perfecta, especialmente para los más pequeños de la casa.

Y es que en esta vida hay pocas cosas tan maravillosas como ver la cara de ilusión de los niños el Día de Reyes. De sus ojos se desprende un brillo tan especial que parece imposible de imitar. Una ilusión que comienza a gestarse días antes, cuando deciden escribir sus cartas con cuidadosa caligrafía, sin tachones, para que sus majestades entiendan a la perfección qué regalos desean recibir. Y más de uno, quizás algo despistado, añade a última hora algún deseo antes de entregar su misiva al Heraldo que recorre las calles sevillanas.

La emoción se intensifica el día de la Cabalgata de Reyes, que este año, debido a motivos meteorológicos, se ha adelantado al día 4, una decisión no exenta de polémica.

Sin embargo, esto no ha impedido que miles de niños disfruten al paso de sus majestades los Reyes de Oriente, bailando al son de la música y recogiendo decenas de caramelos que, probablemente, nunca llegarán a ser comidos y acabarán guardados de año en año en algún rincón de la cocina, como un dulce recuerdo de aquella tarde mágica.

Esa noche, en muchas casas, también se prepararán pequeños detalles para los Reyes y sus camellos: agua, algo de comida, dulces. Una extraordinaria forma de participar en la magia, de alimentar la fantasía navideña. Y cómo no, una noche de nervios y madrugones con el deseo de ver qué regalos han dejado sus majestades.

Con cada papel estampado que se rompe, los niños comprueban si los Magos de Oriente han cumplido sus promesas y han traído aquello que tanto esperaban. A partir de ahí, comienza un largo peregrinar por las casas de familiares, en busca de los presentes que los Reyes han ido dejando en cada hogar. Todo ello endulzado con el tradicional roscón, una merienda que une a generaciones en la mesa y en el juego de descubrir quién encuentra el haba y quién la figurita para coronarse rey o reina.

Sin embargo, el Día de Reyes no es solo para los más pequeños. El 6 de enero es uno de esos días del año en los que los adultos volvemos, por unas horas, a ser niños. Nuestros ojos recuperan ese brillo de ilusión que parecía olvidado y nos invade una inquietud por el cuerpo propia de la infancia, cuando el día de Reyes era una auténtica fiesta. Pero, además de esa felicidad primera, también nos embarga una profunda nostalgia que nos evoca aquellos años irreparables de los que hablaba el poeta Rafael Montesinos.

Es en ese momento cuando surge ante nosotros una reflexión necesaria. Con el paso de los años, como una ráfaga, y las diferentes responsabilidades que nos ocupan los días, los adultos parece que nos hemos olvidado de cosas tan esenciales como la curiosidad o la capacidad de asombro que tan presentes teníamos en nuestros primeros años de vida.

Con el paso del tiempo hemos perdido esa mirada infantil que nos hacía emocionarnos con las pequeñas cosas. ¿Alguno de ustedes se ha preguntado cuándo fue la última vez que se dejó sorprender genuinamente? Quizás deberíamos prestar más atención a los niños y aprender de nuevo su forma de ver el mundo, aquella que fue también un día la nuestra.

Por eso, el Día de Reyes es un gran recordatorio de que vivir con ilusión no es un acto infantil, sino una forma de mantener viva la chispa de la novedad, de ver el mundo con una mirada más limpia. Porque quizás no podamos volver a ser niños, pero sí podemos elegir revivir esa magia en nuestra vida cotidiana.