Y tormenta viene. Lo de la lluvia de estos días es como el juego del pollito inglés. Sales de casa un maravilloso día despejado, de sol y cielo azul, sin paraguas… y a los cinco minutos: un, dos, tres, chaparrón que te empapa. Hay que atar el paraguas al chaquetón para no dejarlo atrás antes de tomar la calle, o al menos llevar un gorrito impermeable en el bolsillo, no sea que te veas atrapado en un rebaño de guiris.
El otro día me ocurrió algo así cuando paseaba por el Barrio de Santa Cruz y un grupo de turistas iba delante a paso de tortuga. Comenzó a llover y nadie se movía, como si no ocurriera nada y allí mojándome a empujones. Benditos toldos, benditos bares. Me refugié bajo la lona de Las Teresas mientras los afortunados que llevaban paraguas corrían calle abajo en busca de Santa María la Blanca. Hasta que la lluvia dio una pausa…
Un, dos, tres, pollito inglés. Deja de llover fuerte y a lo lejos parece que el cielo está más abierto. Mateos Gago, Giralda enfrente, y de pronto aparece otra tromba. Esta vez me quedé cinco minutos bajo el toldo del Bar Giralda, lugar en el que tampoco se está mal, rodeado por un grupo de británicos. Aquí nadie habla andalú…
De charco en charco y tiro porque me toca. La lluvia llena los taxis, el metro, los autobuses y el tranvía. Sentado tras un cristal la lluvia es más amable. Eso de ver mojarse a los demás por la calle mientras uno bichea el móvil… Un, dos, tres, pollito inglés. Granizo. Lo que faltaba. Al llegar a la parada de la Plaza Nueva una alfombra blanca cubre el suelo ¡Ay madre!
Mudo me quedo. Trueno ensordecedor y maratón de viacrucis. Muy bonito el de Santa Cruz, como siempre, y este año sin agua. La lluvia también visita El Hospital de la Caridad, donde la iglesia acaba de cerrar sus puertas por obras hasta 2027, lugar que protege de la lluvia a un centenar de hermanos que pasean por sus galerías cobijados del agua y el frío gracias a esa otra obra de siglos impulsada por el Venerable.
"Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano" (Isaac Newton), Las borrascas se mueven a su antojo por el globo terráqueo. Los humanos, pretendiendo controlarlo todo, le quitan las alas encerrándolas en botellitas de plástico. El pueblo, el fuego y el agua no pueden ser domados nunca, decía Focílides…
Desde hace unos años, no hay mesa de oficina en la que no exista una botella de agua. "Cada vez que te levantes hay que beber", "dos litros de agua por persona y día"… ¡Ay madre! Por no hablar del mundo táper: ensalada, vegetales, verduras y frutas ¡Guerra a la bollería industrial!, con lo buena que está una cuña (esto daría para otro artículo). También dicen que es mejor beber agua en vez de refrescos con gas… "El sol, el agua y el ejercicio conservan perfectamente la salud a las personas que gozan de una salud perfecta" (Noel Clarasó).
Nos quejamos por todo. Ahora porque llueve, ahora porque no llueve. Ni que fuéramos propietarios de cien hectáreas de arroz. Al final, bien. El agua, siempre que no provoque daños, es un tesoro. Limpia y da esplendor. Sin ella no hay vida posible y en Sevilla, incluso en 2025, la lluvia sigue siendo una maravilla, aunque cambie de color la sombra de los naranjos antes de tiempo. La primavera se acerca…