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El pasado martes tuvo lugar en la Plaza Nueva de Sevilla la lectura de un manifiesto publicado por la Asociación de Víctimas de Abusos Sexuales en la Infancia (AVASIS). Aunque este manifiesto se publica anualmente, la asociación ha querido aprovechar esta ocasión -el Día Mundial para la Prevención del Abuso Infantil- para darle un nuevo impulso de visibilidad a esta realidad.

Una realidad que "no es una cosa del pasado, sino que sigue ocurriendo en la actualidad en cualquier familia". Así lo afirma Felipe, víctima de este tipo de abusos por parte de familiares cercanos cuando aún apenas contaba los cinco años. Su sufrimiento se prolongó hasta cumplir los nueve, pero no logró hacerlo público hasta que cumplió los cuarenta.

De hecho, la presidenta de AVASIS, Nieves Marín, explica a este periódico que, aunque "a veces se piensa que por haber pasado mucho tiempo desde el abuso la herida deja de doler, suele suceder lo contrario: cuanto más se prolonga el silencio, mayores son las secuelas que deja".

Las demandas que esta asociación de víctimas hace a la sociedad aparecen enumeradas en el nuevo manifiesto: "Promover la sensibilización y la educación, mejorar la atención a las personas adultas supervivientes de abuso sexual infantil, incentivar políticas públicas concretas y promocionar la responsabilidad social".

Para ver cumplidas estas peticiones, algunos miembros de AVASIS, como Felipe, dan un paso al frente y se abren a contar su historia.

Abuso intrafamiliar

A través de su voz aún se aprecia el dolor que le produce hablar de aquella etapa de su infancia, pero se trata de una persona que ha logrado vencer las principales secuelas a las que se enfrentan estas víctimas: "la culpa, la vergüenza y el silencio".

Antes de entrar en la Asociación, Felipe pensaba que los abusos eran fruto de "una cultura antigua, de una época concreta y superada". Pero en sus primeros contactos con otras víctimas, algunas que no superaban "los veinte años de edad", descubrió que "sigue vigente".

Aunque aprecia la magnitud y la concienciación social que supuso la revelación de este tipo de abusos en el seno de la Iglesia Católica, afirma que, cuando esto ocurre en el seno de las familias, se tiende a "asociar con familias desestructuradas".

Pero "no es así", advierte. Puede darse "en cualquier familia, porque el que te cuida es el que abusa de su poder".

Felipe, en el acto de lectura del manifiesto junto al concejal de Barrios de Atención Preferente y Derechos Sociales del Ayuntamiento de Sevilla, José Luis García

Sin ir más lejos, en el mismo día en que se hacía la lectura de este manifiesto, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía confirmaba en Sevilla una condena a un hombre a cinco años de cárcel por un delito de abuso sexual. Lo había cometido sobre su propia hija menor. 

Superar el silencio

En su caso fue especialmente duro el momento en que tuvo que sentarse con su madre para contarle los abusos que sufría por parte de su tío -hermano de ésta- y de su padre. Superar el silencio. De hecho, afirma, durante años tanto él como otras víctimas similares "preferimos no contarlo antes que arruinar a la familia".

Aunque también admite que, "en el 80 o 90% de los casos, las familias lo consienten". Ya sea por omisión o por caer en "la negación" de los abusos. Aún con esto, señala Felipe, "hay evidencias que son imposibles de tapar, y al final debe salir por algún lado". 

Uno de esos detonantes suele ser el "estrés" que persigue a las víctimas durante su vida. Hay casos en los que la víctima "convive con su agresor". En otros, "y en el mío propio", cuenta, "es un breve parón en tu vida lo que reabre las heridas y te hace pedir ayuda". 

"En mi entorno se dieron cuenta de que yo no estaba bien" después de desarrollar una artrosis degenerativa a los 37, explica. Su mujer conocía su historia, pero en un momento determinado, cuando cumplió los cuarenta y empezaba a tener "muchas pesadillas", necesitó "ayuda psicológica". Y menos mal, apunta, "porque entonces conocí la Asociación".

Superar la culpa

Otra de las secuelas, la culpa, cuenta Felipe, es especialmente difícil de superar a una edad temprana. "A veces significaba preguntarme a mí mismo si muchas veces lo provoqué yo, si tuve la culpa", afirma. En esa dinámica, se preguntaba "por qué iba cuando él me llamaba, o por qué actué así y no de otra forma".

Todo nacía de la vulnerabilidad de esos años. "¿Tú con esa edad qué harías? No puedes hacer nada", explica Felipe. "Pero esas secuelas quedan: la vergüenza de que se sepa -especialmente si eres hombre, por el estigma que supone-, y la culpa. ¿Cómo va a ser culpa de un chiquillo de cinco, diez o quince años? Es culpa del agresor", concluye. 

Servir de ejemplo

Aunque actualmente ha logrado sobreponerse a esos momentos más bajos, aún está alerta. "Hay días que te levantas y piensas que estás muy bien, pero al día siguiente estás mal", afirma. "Te puede venir a la mente cualquier cosa, desde tener un flashback', a ver la fotografía en la que este señor te cogía del brazo en el día de tu Comunión".

Es una "lucha constante", incluso en la edad adulta. Es por eso que en este manifiesto que acaban de firmar quieren que se le de visibilidad a este tipo de abusos intrafamiliares. "Es importante que la gente entienda que no es una cuestión de religión, de raza o de estratos sociales". 

Cada día, dice, "las alarmas saltan con más frecuencia", atajándose el problema. Pero no está de más, añade, "servir de ejemplo" para que todo mejore.