La gastronomía de Sevilla es conocida en el mundo entero. Aunque, sobre todo, destacan bocados salados, tampoco se entiende sin los dulces. Y es que la repostería de la ciudad también es muy destacable.
La larga tradición del azúcar en la urbe ha hecho que determinados espacios se consagren como verdaderos emblemas. Es el caso de la confitería La Campana, en la plaza con la que comparte nombre y justo enfrente de la Catedral, o la pastelería Manu Jara, en la calle Pureza. Sin embargo, por mucho que la fama preceda a estos rincones, hay algunos postres que se escapan de sus vitrinas.
Estas recetas llevan viviendo en la hispalense incluso más que la Plaza de España. El paso de generación en generación adquiere relevancia en la transmisión y conserva de estos dulces. Es el caso de la poleá, un postre presente en las provincias de Cádiz, Huelva y, como no, en Sevilla.
Al igual que los pestiños o las torrijas, que tienen más presencia en Semana Santa y Navidad, la poleá también tiene su fecha clave. Los días en los que reina el frío. Y es que lo ideal es comerlas calentitas y que reconforten al cuerpo.
Es una de las recetas sevillanas con más años a sus espaldas. En lo que se refiere a su origen, poco se puede constatar. En los tiempos del Imperio Romano, parece ser que ya existía una variante de este plato y que se asienta en la Península Ibérica en la época andalusí.
Receta de aprovechamiento
Además, el escritor Miguel de Cervantes hizo referencia a esta comida en su título más conocido, El Quijote. Las líneas de la obra española más internacional hablan de gachas, nombre que también recibe la receta.
La poleá es conocida por ser una receta de subsistencia, clave en los periodos más pobres y tristes de la historia. Era una de las comidas claves en los tiempos de posguerra. Ahora se alza como una de las alternativas típicas del Día de Todos los Santos.
Los ingredientes que se necesitan para elaborarla son muy pocos y están al alcance de cualquiera. Algo que permite que se convierta en una receta perfecta para hacer los días de frío y lluvia por los que atraviesa Sevilla.
La lista está compuesta por un litro y medio de leche, aceite de oliva, azúcar, anís -tanto seco como estrellado-, cáscara de naranja y de limón y canela en rama. Además, hay quienes optan por acompañar las gachas con pan frito y canela.
En cuanto a su elaboración, al contrario que otras recetas que sí alborotan un poco más la cocina, se hace en muy poco tiempo y sin complicaciones. Por lo que las tardes de temperaturas bajas y lluvia se alzan como las idóneas para degustar una poleá casera.
Cómo prepararla
- Primer paso: echar un chorrito de aceite de oliva en una sartén junto al anís estrellado y calentarlo a fuego lento.
- Segundo paso: añadir a un cazo el litro y medio de leche, 230 gramos de azúcar, anís seco al gusto, la rama de canela y las cáscaras de naranja y de limón. Hay que dejar calentar esta mezcla para todos los sabores se fusionen.
- Tercer paso: una vez que el aceite está caliente y el anís estrellado está tostado, hay que verter harina previamente tamizada para evitar grumos. Con la ayuda de una varilla, se mezcla bien la harina para que se impregne del gusto del anís.
- Cuarto paso: para finalizar, a la anterior mezcla se le añade la leche hervida. A la hora de echarla en la sartén hay que usar un colador para que no caiga también la rama de canela y las cáscaras del limón y la naranja. Se debe remover todo hasta conseguir una masa fina y sin grumos.
- Quinto paso: aunque es totalmente opcional, hay quienes fríen rebanadas de pan y coronan la poleá con ellas.
Aunque, a pesar de su larga historia, cada vez está más olvidada, la poleá se ha convertido en uno de los mejores dulces para preparar en Sevilla durante los días de lluvia y bajas temperaturas.