Llevo un año empezando a trabajar a las 4 de la mañana y casi acaba conmigo
En la jungla. Que el amanecer te sorprenda frente al teclado es la moda del emprendedor de éxito. La realidad es más complicada.
6 septiembre, 2016 15:05Noticias relacionadas
Es el mantra profesional que nos deja el verano: cada vez más ejecutivos se suman al hábito de los grandes emprendedores de comenzar a trabajar a las cuatro de la mañana. Lo adelantaba el Wall Street Journal y lo retomaba El País en un artículo que ha conocido fortuna en las redes sociales. Trabajar de madrugada mejora la productividad y la creatividad, como descubrió el joven desarrollador Filipe Castro en un proyecto personal que ha terminado convertido en TED Talk.
Mi nombre es Paolo Fava y los habituales de EL ESPAÑOL quizás me conozcan por redactar cada mañana la newsletter matutina del diario, El Despertador. El horario de madrugada en la prensa no tiene nada de inusual, pero hasta entonces nunca lo había conocido. Cuando comencé ignoraba los beneficios profesionales que ahora se publicitan. Para mí era un proyecto ilusionante en el que me metía sin saber muy bien qué me esperaba, hablando en plata.
Poco después me planteaba abandonar. Llegué a pensar que no lo resistiría. Pero un año de Despertadores después la moda de las cuatro de la mañana me lleva a hacer balance. ¿Cómo me ha cambiado mi nueva vida? ¿Y ha sido para mejor?
El cuerpo se aclimata - hasta cierto punto
Siempre me tuve por transnochador. Madrugar es un hábito adquirido. Estudios, los hay para todos los gustos. El País cita a Dan Ariely, de la Universidad de Duke, para quien no existe la distinción entre "alondras" madrugadoras y "búhos" nocturnos: las primeras horas del día son las más productivas, sin excepción. Pero el año pasado Juan Francisco Díaz, profesor en la Universidad Complutense de Madrid, aseguraba en las mismas páginas que "los búhos tienden a ser más creativos, a estar más abiertos a nuevos retos y cambios". ¿Con qué me quedo?
Lo cierto es que basta hacer una pequeña encuesta a nuestro alrededor para descubrir que los hábitos y necesidades de sueño son diferentes para cada uno. Un periodista de toda la vida me aseguraba que lleva años sin dormir más de tres horas al día. En un coloquio discutió abiertamente con un catedrático: "¡Según él, yo debía estar muerto!". Pero probablemente estemos ante un prodigio de la biología, pues este caballero de la prensa sostiene que se nutre casi exclusívamente de plátanos y nutella.
La resistencia del cuerpo al cansancio es prodigiosa si dispone de la motivación adecuada. Lo comprobamos en casa cuando llegó el primer bebé, un cursillo intensivo en abnegación que estoy convencido que me estuvo preparando para el reto profesional. En este último año no he remoloneado ni cinco minutos después del timbre del despertador, un resorte me lleva a través de la rutinas de la mañana en su plazo. El estudiante dormilón que fui no me reconocería. A quien me pregunta, le digo que madrugar no es lo difícil: es aguantar el resto del día.
Lo que importa es cuánto duermes
Dejando de lado a mi amigo, seis horas de sueño es lo que nos receta la ciencia. Las duerme Tim Cook, CEO de Apple, según Forbes; las duerme Arianna Huffington, las duerme Barack Obama, las duerme Elon Musk y Richard Branson de Virgin recorta hasta cinco. Seis es el límite, nos dicen los estudios: a partir de ahí empiezan los problemas.
Desde luego que las necesidades varían, pero de nuevo, la resiliencia de nuestro cuerpo es admirable. Se le puede acostumbrar a dormir seis horas igual que una dieta nos acomoda a comer menos. El trabajo me obliga a dedicar antes de dormir un tiempo a preparar el día siguiente (de lo contrario tendría que empezar bastante antes) y rara vez junto incluso ese mínimo. Recupero lo que puedo el fin de semana, lo que al parecer no es malo. Si duermo la noche del tirón, me despierto en forma y refrescado. El problema es que eso no ocurre a menudo.
Una mala noche tuerce a cualquiera. Pero cuando tienes las horas contadas al minuto, puede convertirse en algo enloquecedor. Espías constantemente el reloj para descontar el sueño que estás perdiendo. Rumias las consecuencias para el día siguiente, en la que todo beneficio de productividad habrá desaparecido, reemplazada por la capacidad cognitiva de un muerto viviente que apenas acierta dos teclas correctas seguidas. Al final dejas de obsesionarte. Vives en la trinchera, duermes cuándo puedes y cómo puedes, y agradeces el momento.
Borra eso. Lo importante es cómo duermes
Ciertamente hay algo de vanidoso en las horas de sueño de los grandes emprendedores. Trabajé siete años en Yahoo; de su CEO, Marissa Mayer, se elogiaba su capacidad de dormir sólo cuatro horas, una dedicación sobrehumana a la profesión a la que, se insinuaba, había que aspirar. Sus hábitos excepcionales traían de cabeza a muchos ejecutivos a los que convocaba a conferencias a deshoras. Pero a la larga somos humanos. Forzando la máquina se sobrevive hasta un punto. En un viaje al festival de la publicidad de Cannes, el jetlag la golpeó y se quedó dormida, perdiéndose una reunión con ejecutivos. Fue un pequeño escándalo en su momento.
Mantener la disciplina a la hora de irse a la cama ayuda, pero no garantiza una noche de sueño profundo. Hay factores externos como en cualquier otro hogar de España, como calor, sonidos, pequeños que se despiertan en mitad de la noche. Pero el principal problema, he descubierto, eres tú mismo.
"No he usado el despertador desde la universidad. Me despierto de un salto" - aseguraba a sus lectores Mike Allen, autor del boletín matutino de POLITICO en su despedida tras casi diez años. Yo todavía no he afinado el mecanismo. Cuando tienes una cita inaplazable con los lectores hay una cuenta atrás implacable que empieza al sonar la alarma. El estrés, agazapado hasta el momento, te atenaza en cuanto cierras los ojos. "¿Habré dado con los temas correctos? ¿Cometeré un error de esos con los que Twitter me atiza justicieramente? ¿Y si no suena y me quedo dormido? Le sucedió a Marissa Mayer, ¿cómo no va a pasarme a mi?".
Filipe Castro era honesto desde el principio. Sus hábitos madrugadores venían favorecidos por la capacidad de "dormirse en cinco minutos" y "no tener a nadie a cargo". Lo cierto es que para sacar verdadero provecho al arranque de las cuatro de la mañana hay que tener un margen amplio de libertad sobre tus tiempos y tus horarios, ya sea porque marcas la agenda de tu empresa o porque puedes amoldarlos en torno a ello. De lo contrario se convierte en una prolongación forzada de la jornada.
No es país para madrugones
Suena a tópico barato, pero es cierto: en España se hace todo mucho más tarde. No es de extrañar que las teorías que precognizan el ponerse a trabajar a las cuatro de la mañana vengan del mundo anglosajón. Ahí no es tan extraño entrar a trabajar a las seis, incluso las cinco. Los coaches animan así a ganar un par de horas de ventaja al resto del mundo. Si la historia de "empezar a trabajar a las cuatro" se ha viralizado en España es por lo desproporcionada que parece.
En cambio se cena a las siete, a las seis, lo que vendría a ser la hora de la merienda para el español medio. En esas circunstancias no supone un sacrificio pedir a nadie que se acueste a las diez de la noche. Aún hay tiempo de asueto antes de irse a dormir. Aquí, el telediario acaba de terminar. El horario de verano lo empeora todo. Tienes que irte a la cama - y convencer a los niños de que lo hagan - con el sol en lo alto. Los ritmos circadianos que regulan el sueño quedan destrozados.
Tienes más vida, pero peor
"Al menos estas viendo crecer a tus hijos" - me reprochan a veces los colegas. Y es cierto. El mundo de periodismo, con sus jornadas interminables y sus horarios implacables, es devastador para la conciliación. Pero por primera vez en mi vida lo estoy consiguiendo. Nuestra vida es como la de millones de hogares españoles, un encaje al límite y frenético de la carrera profesional con la crianza puntuada por el auxilio de los abuelos. Pero con dos criaturas en casa, una de ellas con necesidades especiales, mis tardes libres valen más que el dinero.
Puedo ser padre, sin embargo, pero no siempre el que querría ser. La falta de sueño me vuelve arisco, colérico. Raro es el día que no siento la punzada de culpa por no haber tenido la paciencia para explicar en lugar de gritar. Nos consolamos pensando que nos prefieren gruñones a ausentes y que a la larga lo importante es salvar el día. Y esa sencilla conclusión lo simplifica todo. Pierdes el pudor a echarte una microsiesta en el coche frente al resto de padres mientras esperas a la puerta del colegio, si es lo que necesitas para recargar energías y encarar el día de mejor humor.
Pero esto es la conciliación familiar. ¿Qué hay de la otra? ¿El derecho a la vida privada? "No pierdo gran cosa por acostarme a las diez, total, hubiera estado frente a la tele" - dice Filipe Castro. Pero renunciar a las pequeñas cosas suma. ¿No poder ver una serie junto a tu pareja cuando los niños se han dormido? ¿No salir jamás a tomar algo entre semana con los amigos? A la larga, la disciplina es indispensable; pero alguna que otra pequeña transgresión lo es todavía más. Zombificado al día siguiente, pero feliz de haber visto Narcos.
Y sin embargo, no lo cambio
Lo que no negaré es que trabajar en la hora bruja tiene algo de magia. Despertar y caminar en solitario con la cabeza algo embotada entre el silencio y la negrura te hace sentir como un astronauta. La calma es absoluta, la concentración total, nada desvía el foco de tu objetivo. Las horas pasan volando. Para cuando amanece has liquidado lo más de tu jornada y el día se presenta como una hoja en blanco.
Cuando empecé hace un año mi nuevo horario no pensaba que pondría a prueba mis límites hasta tal punto. No pretendía convertirme en alguien más productivo o eficaz. Pero echando la vista atrás me doy cuenta que así ha sido. No ha habido una experiencia que me haya hecho crecer tanto como profesional y como persona en tan poco tiempo.
¿Lo recomiendo? Sólo, como he venido diciendo, para quienes pueden realmente reordenar su vida en torno a esa jornada. De lo contrario se están enfrentando a un desgaste que tendrá el efecto contrario sobre su productividad al esperado. Para muchos no será ni siquiera una opción personal sino una imposición personal dictada por los abusos laborales y la imposibilidad de conciliar. En esas circunstancias es imposible encontrarle valor a la experiencia. Pero, quien pueda, debería probarlo. Yo también lo consideré una locura y mírame ahora, rumbo a un segundo año.