Es casi medianoche y El Rubius disfruta de una lata de cerveza y su cigarrillo electrónico en la Caja Mágica, ajeno a la decena de niños de no más de ocho años que estampan su libro en el cristal de la puerta, como si la estrella de YouTube fuese a caer así en la tentación de firmarles 'El libro troll'. A su alrededor, un puñado de compañeros de profesión le veneran, guardando un cuidadoso silencio cada vez que el chico de la capucha toma la palabra.
Es, sin duda, la estrella del Mad Fun Fest, primer evento que reúne en España a los más seguidos de Internet. Entre todos los presentes sumaban 30.978.040 de suscriptores, pero en el pabellón no habría más de mil personas. Las gradas mantenían el rojo de los asientos y en la pista se podía hacer la croqueta sin toparse con ningún fan. Internet no era la vida real.
Las puertas se abrieron cuarenta y cinco minutos después de lo anunciado. Hasta entonces solo una veintena de personas mostraban sus pancartas ante la valla de entrada al recinto. No había gritos, no había peleas, apenas había emoción. Y ni siquiera había 'youtubers', que llegarían más tarde en coche, por otra puerta, evitando el contacto y las previsibles aglomeraciones. Era imposible acceder a ellos. Mientras los organizadores veían difícil vender las galletas con caras de 'youtubers' por tres euros, los primeros fans se resignaban en las gradas. Allí mismo decían a una niña que no podía estar de pie con una pancarta, que tenía que estar sentada.
Tan encorsetado estaba todo, que cuando habían pasado tres horas y la noticia es que no había noticia, los organizadores animaron a la gente a bajarse a la pista para hacer bulto. "Oye, estoy dejando bajar a la gente pero no puedo calcular. Avísame cuando se llene, ¿vale? Que yo no puedo controlar desde aquí. Avísame y corto", decía un organizador a un compañero por teléfono. Ni siquiera le hizo falta ese aviso.
En el escenario se sucedían mientras actuaciones de 'youtubers'. Algunos de ellos novatos en esto de cantar. Sí, lo que tenían que hacer era cantar. Por ejemplo iTownGamePlay, estrella de los videojuegos, que oculto debajo de un gorro no paraba de repetir: "Perdonad, estoy nervioso". El silencio durante su actuación contrastó con la emoción de hacerse una foto con él al bajar del escenario. ¿Y si los niños solo querían enseñarle la adquisición a los amigos? Para entonces ya estaba Pablo harto de dar vueltas. Sus dos hijas, de no más de siete años, corrían de un lado a otro buscando a las estrellas. Parecían las más emocionadas.
También lo estaba Dani, de 14 años, cuya misión era seguir a Bely Basarte a todas partes. Ya con su autógrafo conseguido, no sabía qué hacer. "Vamos a dar una vuelta", decía su madre, Gema. Pero tenían ganas de quejarse. "Venir aquí ya es un esfuerzo", dice tras varias horas en el pabellón. "Esto es carísimo. Su padre quería venir a acompañarle pero no ha podido. Las dos entradas nos han costado 44 euros, y solo era para el viernes por la tarde. Si quieres venir a todo el festival tienes que gastarte más de 60 euros por persona. Una locura", lamenta. Dani se va feliz, pero un poco resignado porque le apetecería imitar a sus ídolos. "Me gusta tocar la guitarra, pero no tenemos dinero para comparar una cámara buena con la que poder subir vídeos de calidad".
La tarde se hizo larga hasta la aparición del más esperado: El Rubius. Pero lo hacía con una hora de retraso. Algunos salían corriendo: perdían el transporte público. A las puertas un grupo de padres miraban el reloj desesperados. Dentro, Rubius y Mangel—'Rubenangel'—empezaban su particular show. Lo que pasó poco después nadie se lo podía imaginar: "Me dicen que es muy tarde y que tenemos que terminar. Esto no ha salido como yo pensaba, estoy un poco triste", decía El Rubius.