"Es imposible, pero imposible, que tú te levantes de la cama después de dormir tus ocho o nueve horas, a gusto, y que, tal y como te levantas, cojas la puerta y bajes a tomarte un café o una copa con el pijama o la bata de casa. ¡Es que es imposible!". Quien habla es María José Silva, una malagueña de 76 años que hace escasos meses decidió meterse en el "embolao" de abrir un negocio entre La Trinidad y El Perchel, los humildes barrios en los que ha pasado la mayor parte de su vida. Hace poco más de una semana que ha tenido que ponerse más seria de lo que le habría gustado con sus clientes.
"Atención. Prohibida la entrada a toda persona en pijama o bata. Disculpen las molestias. Gracias. La Empresa". Es lo que puede leerse en un cartel situado en la fachada de la cafetería chocolatería Los Monaguillos, justo encima del que anuncia el económico menú del día que se sirve en el local. Fue la propia Maria José la que ordenó ponerlo ahí, "a la vista", después de ver que hasta el bar acudían a diario algunos clientes sin guardar unas mínimas normas de decoro.
La cosa empezó el verano pasado. "Había quien entraba sin camiseta muy alegremente, y yo se lo decía, que no lo veía bien, y llegábamos a un acuerdo. Pero, claro, lo que no me esperaba es que en invierno, que hace más frío, la gente bajase en pijama y en bata", insiste al otro lado del teléfono. "Yo, sinceramente, quiero mucho a mi barrio. Hay gente que me dice que me equivoqué de lugar al poner el negocio, pero es que esto no lo hago por dinero, sino por ayudar. Y quería ponerlo aquí. Pero es que hay cosas que no pueden ser", se queja esta malagueña.
Un poquito de por favor
Desde que el letrero pintado con tiza luce en la fachada de Los Monaguillos, los incidentes se han reducido considerablemente. Eso sí, María José también ha visto cómo la clientela ha disminuido. Pero vamos, que "mala suerte". Que hay cosas que están por encima del dinero y en las que no va a ceder. "Solían entrar entre 10 y 20 personas a diario con pijama o con bata. O con una horquilla en lo alto de la cabeza. Valía todo. Y claro, ya les tengo dicho [a los empleados] que les avisen, que así no se puede entrar. Y si se repite, pues nada, el café lo toman en la puerta. ¡O no lo toman!".
La mujer no deja de tomarse la singular iniciativa con humor y reitera que, pudiendo estar jubilada, lo único que quiere es ayudar a la gente del barrio, muy castigado por el paro. Para ello ha puesto unos precios económicos y no tiene inconveniente en fiar al personal. "Aquí todo el que viene es atendido. Incluso si no tiene para pagar, ya lo paga María José Silva. Tenemos que ayudarnos mutuamente", subraya.
La iniciativa, cuenta la dueña, ya se está extendiendo por peluquerías y todo tipo de comercios de la zona. La malagueña reitera que, lejos de discriminar a nadie, lo que intenta imponer es un poco de "cordura". "Si con esto consigo que la gente se dé un poco de cuenta de las cosas, estaré contenta con la herencia que dejo por aquí, más allá del negocio", finaliza.