Hay una etapa en la crianza de un hijo por la que todo padre debe pasar, a poder ser, cargado de una extraordinaria paciencia: ese momento en que el niño comienza a hablar y a preguntarse el porqué de las cosas. "Por qué llueve", "por qué se hace de noche", "por qué sale agua del grifo", "por qué besas a mamá"... y así hasta las 76 preguntas de media que se ha calculado que puede hacer, por hora, un niño en edad preescolar.
Los niños, al igual que los científicos, "miran al mundo exterior tratando de encontrar patrones, buscando interrupciones sorprendentes de esos patrones y dotarlos de sentido en base a consideraciones explicativas y de probabilidad", señala el filósofo Matteo Colombo en una de sus ensayos para la Universidad de Tilburg (Países Bajos). Esto explicaría, como señalan diversos estudios sobre el aprendizaje, que los niños necesitan respuestas específicas y concretas que sigan la fórmula de causa- efecto.
Javier Urra, doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud, explica que aunque en un momento dado los padres puedan sentirse abrumados por tantas preguntas, en realidad deben asumirlo como algo bueno: "Formular preguntas es algo positivo. Puede ser agotador, pero es sano y hay que tener en cuenta que muchos niños con problemas no llegan a hacerlo nunca", explica Urra por teléfono a EL ESPAÑOL. "Preguntar es una de las capacidades cognitivas más importantes. Significa que los niños están elaborando y que empiezan a tener capacidad de abstracción. Se aprende interpelando, y el ser humano ha llegado hasta donde ha llegado precisamente porque a lo largo de la historia se ha hecho preguntas".
Aunque cada niño es un mundo y evoluciona de forma diferente, lo habitual -según señala el psicólogo- es que aproximadamente hacia los dos años el niño ya cuente con unas 250 palabras para expresarse. Entre los dos y los tres años empieza a tener su propia expresión y, entre los cinco y los siete, "es una esponja de aprendizaje" que se cuestiona e interesa sobre todo lo que le rodea.
Cómo gestionarlo
Cuando ese 'temido' momento de curiosidad desmesurada llega ¿Cómo debemos afrontarlo? "Las respuestas deben ser claras, directas y comprensibles para la edad del niño", explica Urra. "Muchas veces lo ideal es reformulárselas en un "Y para qué" de forma que tú puedes ir reconduciendo la conversación hacia ejemplos concretos y didácticos que puedes acompañar de un "¿Lo entiendes?", "¿Qué te parece?", "¿Por qué crees tú que puede ser?"... para hacerle partícipe del tema que estáis tratando".
Urra también señala que en un momento dado no pasa nada por posponer las pregunta si se está ocupado y, sobre todo, no tener miedo a reconocer que no se conoce la respuesta. "Se puede dar el caso de que nosotros mismos no sepamos técnicamente el funcionamiento de algo y no pasa nada", recuerda el psicólogo. En ese caso se puede recurrir a un "No sé decirte exactamente por qué es así, pero si quieres otro día lo buscamos en un libro y te lo explico, o se lo preguntamos a esta persona, que lo conoce muy bien y puede ayudarnos".
También puede ocurrir que lo que se estén planteando sean cuestiones morales para las que los padres tampoco tengan una réplica categórica. "Hay veces que los niños nos preguntan cosas como por qué no pueden besar a su hermano o por qué los vacunamos. En esas circunstancias, si no lo tenemos claro, podemos decirles que no existe una respuesta única, pero que lo hacemos porque somos sus padres, los queremos, y creemos que es lo mejor para ellos", explica el psicólogo.
Y luego, siempre se puede recurrir a pequeños trucos para desviar su atención. "Ahí los padres tienen que estar hábiles para que los niños no entren en bucle -señala Urra- y tratar de captar su atención cambiando de tema o proponiendo otra actividad: "Esto es así, pero ¿qué te parece si me ayudas a poner la mesa o preparamos la cena juntos?".
Aún así puede pasar que los niños se pongan muy impertinentes y no les valga ninguna respuesta. "Si es evidente que está haciendo tonterías o que con su actitud pretende retarte -señala el psicólogo- hay que cortar por lo sano y hacerle ver que si él no te toma en serio, tú a él tampoco". Lo que nunca se debe hacer es ignorarlo por completo. "Si lo hacemos el niño puede pensar que sus padres son unos incapaces o entenderlo como un desprecio", concluye el profesor Urra.