Los bastoncillos son, desde hace algunos años, el caballo de batalla de los otorrinos de medio mundo. Este producto de uso habitual que introducimos en nuestros oídos con la intención de eliminar el cerumen es el principal causante de buena parte de los trastornos auditivos que sufrimos. Además, la forma en la que el ser humano se deshace habitualmente de ellos -tirándolos al váter- está provocando un tremendo impacto medioambiental.
Francia ha sido el primer país que ha dicho basta. A partir de 2020, su venta estará prohibida en el país galo para evitar que los humanos sigamos cargándonos la naturaleza y, más en concreto, el fondo de nuestros mares. De hecho, hay algunos datos que hablan bien de lo mal acostumbrados que estamos: el 60% de los residuos que se tiran al inodoro son bastoncillos. Su pequeño tamaño hace que consigan esquivar cualquier tipo de criba y acaben siendo vertidos al fondo del océano.
A todos esto hay que añadir un artículo que la Universidad de Harvard publicó el mes pasado y que recoge tres razones para defenestrar definitivamente los bastoncillos de nuestros cuartos de baño. Éstas están basadas en las recomendaciones publicadas por la Academia Americana de Otorrinolaringología.
1) No los necesitas
Pese a lo que el común de los mortales suele pensar, los seres humanos no necesitamos limpiarnos los conductos auditivos ya que éstos se limpian por sí solos. Así lo asegura la Organización Mundial de la Salud. Y mucho menos hay que hacerlo introduciendo productos como bastoncillos, que inicialmente fueron creados para cumplir con otros menesteres que nada tienen que ver con la higiene personal. "Algunas personas generan más cantidad de cera que la media, y en otras (especialmente las más mayores) la cera se hace más dura y seca. Incluso en estas situaciones, meter un bastoncillo en el oído no es una alternativa", aseguran desde Harvard.
2) Son dañinos
Tal y como explican desde la institución, "meter un bastoncillo con la punta de algodón o (cualquier otra cosa) en la oreja puede dañar el canal auditivo o el tímpano o empujar el cerumen más lejos, consiguiendo que al final sea más difícil eliminarlo". Esto podría provocar al final que se produjeran infecciones en el oído y dolor.
3) Y no, la cera no es signo de mala higiene
Casi desde el comienzo de los tiempos, el cerumen en el oído se ha relacionado con la suciedad o la falta de higiene. Y se trata de todo lo contrario. La generación de cera, tal y como apuntan en el artículo de Harvard, "no es un reflejo de la falta de limpieza, sino un signo de oídos normales y sanos". En realidad, entre otras funciones, esta sustancia consigue que la piel del oído no se seque demasiado, evita que el polvo y la suciedad del aíre llegue hasta el tímpano y consigue acabar con las células muertas.
Entonces, ¿qué hacemos con la cera?
En el caso de que una persona pueda sufrir ceruminosis (acumulación excesiva de esta sustancia en el conducto auditivo externo que puede provocar la pérdida parcial de la audición, infecciones, irritación y malestar), los médicos suelen prescribir unas gotas o utilizar su propio instrumental. De esta forma, evitan el uso de los bastoncillos y facilitan la salida del cerumen de forma adecuada.