No sé qué ha pasado de un tiempo a esta parte que la pasión por las series ha invadido desde Internet a las conversaciones de ascensor. Se acabó eso de quejarse de la temperatura, ahora lo habitual es departir sobre el último capítulo de moda y acabar a tortas porque al del segundo le da por soltar un "spoiler". Me gustan las series, ¿a quién no? Pero no me da la vida ni para sentarme a mirar el programa del microondas. Soy "el raro", mis amigos no entienden que no me empape con la subcultura seriéfila. En especial que no sienta pasión por Juego de Tronos.
Ya lo avanzaba en el título, pero toca confesarlo con todas las letras: no he visto Juego de Tronos. Bueno, miento: vi el primer capítulo sin que lograse engancharme lo suficiente como para continuar, tampoco para plantearme retomarla en otro momento. Bien ambientada, atmósfera medieval dotada de la magnificencia de las grandes leyendas, con más sexo por capítulo que en la vitrina más escondida de cualquier gasolinera... Y con violencia. Mucha violencia. Son ingredientes que gustan a cualquiera cuando se combinan a la perfección, pero en mí no llegaron a cuajar. No sé, demasiado pretenciosa. O es que me machacaron tanto con que la viese que al final no cumplió las expectativas.
"¿Cómo es que no has visto Juego de Tronos?". He escuchado tantas veces esta pregunta que no me faltan ganas de grabar la respuesta en un archivo de audio y darle a reproducir cada vez que me la preguntan de nuevo. "Porque no me enganchó", suelo responder. Ante la cara de incredulidad he de añadir algo más a mi argumento. "Me pareció un culebrón pseudo medieval con personajes tan exagerados como sus batallas y actos sexuales". Quizá las palabras exactas no sean estas, pero sí que es mi opinión formada en torno al fenómeno. Comprendería que dejases de leer y fueras directamente a los comentarios para lanzarme el trono de hierro a la cabeza, más de un amigo lo habría hecho. Aun así, continuaré con mi análisis de la fiebre GOT.
Internet es un altavoz muy potente para la cultura que en otra época habría sido minoritaria. Lo "friki" está aceptado hasta tal punto que todos los que vivimos en las redes sociales terminamos contagiados por las últimas tendencias en ocio. Resulta inevitable saber qué es Juego de Tronos, GOT, decir "Winter is coming" cuando hace un poco de fresco y leer en todas partes que por fin se estrena la séptima temporada. La fiebre es tal que hasta medios ajenos se hacen eco de la noticia. Y habrá quien se siente delante de la tele como si ver cada capítulo le fuese la vida en ello. No les cuentes algo que no hayan visto, porque la vida que peligrará será la tuya.
Tengo amigos que se encerrarán el domingo por la noche para ver el estreno de Juego de Tronos. Me han invitado, claro, pero creo que rechazaré la oferta. No es que me desagrade la idea de juntarme delante de la tele con la mesa llena de aperitivos y bebida, pero me da pereza ponerme al día en una serie que no logró despertar mi atención. Las batallas molan, igual que la ambientación, pero la historia tiene una trama tan enrevesada y turbia que me recuerda a Falcon Crest. Tampoco se diferencian tanto, que hay distintas familias luchando por el poder mientras los personajes se enredan entre sí casi tanto como los Borbones. En Falcon Crest también había violencia, sexo, la ambición era la gasolina que movía a los protagonistas y teníamos a esa Angela Channing que era casi tan mala como Olenna Tyrell (sí, se lo he tenido que preguntar a uno de mis amigos). Juego de Tronos será el Falcon Crest de esta época, no me cabe duda.
Sé que terminaré claudicando porque tengo amigos muy pesados. De hecho seguro que hasta termino enganchándome cuando nadie ya hable de ella, siempre me ocurre lo mismo con las series más populares. Aunque seguirán llamándome raro por no estar enganchado a la serie del momento.