Los teléfonos inteligentes son una maravilla. En algunos aspectos también son una maldición, como la hiperconectividad que en ocasiones nos impide desconectar. Sin embargo, en líneas generales son una maravilla. Puedes estar todo el día conectado con tus seres queridos –y también con el trabajo, uh…–, escuchar toda la música que quieras en cualquier momento y estar a la última de todas las noticias. Sí, y también comerte un spoiler de Juego de tronos.
Son dispositivos que nos permiten compartirlo todo en cualquier momento, mostrando al mundo lo guays que somos a través de Facebook, Twitter, Instagram YouTube o Google+ (bueno, igual nos hemos venido arriba con Google+). Y esa obsesión por mostrarlo todo hace que de vez en cuando surjan noticias de que algún cazurro con un teléfono más inteligente que él la ha liado parda, o ha estado a punto de ello.
Un ejemplo claro es la de la siguiente fotografía tomada durante las últimas fiestas de San Fermín, en la que se ve a un montón de aspirantes a Premio Darwin tratando de sacar la mejor toma de una vaquilla. Que no, no es un toro, pero tampoco un gatito. Nadie describe mejor la situación que el Terminator de Twitter:
El selfie que destruyó obras de arte
Recientemente, una grabación se ha hecho viral en la que se ve a una muchacha trata de sacarse una foto lo más cerca posible de la exposición, causando un efecto dominó que, según los responsables de la exposición, causó daños valorados hasta en 200.000 dólares.
Hay que decir en defensa de la muchacha que tampoco parece que la organización pusiera mucho esfuerzo en la prevención de un accidente así, sin fijar bien los expositores y sin dejar un espacio prudencial entre ellos teniendo en cuenta que la gente caminaría entre ellos. Esto ha llevado a mucha gente a especular que el vídeo sea una maniobra publicitaria o una obra de alguien que en pleno 2017 sigue pensando que engañar a mucha gente con un vídeo es algo artístico, intelectual y novedoso.
Y eso nos da paso a un segundo tipo de tarugos: los que deciden escribir alguna noticia falsa. Y no me refiero a quienes lo hacen con algún fin político o similar, fake news que se llaman ahora, -esos pueden ser malintencionados, pero no andan faltos de sinapsis neuronales-. Me refiero a quienes, de tanto en tanto, propagan bulos como que se ha muerto una celebridad –hace unos días le tocó a Gerard Depardieu–. Todo por un par de retuits baratos.
La muerte por selfie, en boga
Hay muchas razones para pensar que el selfie destructor de arte es falso. Sin embargo, hay otros incidentes relacionados con autorretratos que han terminado de la peor forma posible. El pasado marzo dos adolescentes mexicanas murieron al tratar de retratarse frente a las hélices de un avión que se movía por la pista de aterrizaje, y una joven rumana perdió la vida electrocutada por la catenaria tras subirse al vagón de un tren para –sorpresa- hacerse una foto.
En 2015 un miembro de una banda de Los Ángeles murió al ir a hacerse una instantánea apuntándose con una pistola a la cabeza. En vez de apretar el botón del teléfono, apretó el gatillo. Como cuando vas a tirar el yogur a la basura y tiras la cucharilla. Más absurda todavía es la historia –nunca confirmada- de los rebeldes sirios que se volaron a sí mismos al realizar una fotografía con un teléfono que estaba conectado a unos explosivos.
También aparecen de forma regular noticias de gente que muere en un accidente de coche por hacerse un selfie o realizar un directo a través de Facebook o Instagram mientras conducen. Porque como parece que no se ha insistido lo suficiente en los peligros de hablar por el móvil o leer y escribir mensajes, ya hay gente dispuesta a subir el listón de la estupidez.
Las muertes por selfie son cada vez más habituales, y Rusia decidió lanzar su propia guía para realizarse retratos de forma segura. Porque el sentido común nunca es lo suficientemente común.
Brillantes mentes criminales con teléfonos más inteligentes que ellos
Vale, todos hemos publicado en Facebook cosas que no deberíamos haber publicado. Sin embargo, hay algunas cosas que son demasiado obvias que no deberías publicar. Por ejemplo, una foto en la escena de un crimen, como hicieron algunos miembros de una banda de San Diego, que acabaron debidamente detenidos. Quién lo hubiera pensado.
Otra brillante mente criminal acabó condenado a seis años de cárcel tras subir a Instagram fotos de fajos de dinero logrados vendiendo droga. Porque a la policía nada le gusta más que le regales pruebas. Aunque los campeones en esta categoría son los miembros del Estado Islámico que rebelaron en un post de Facebook la ubicación de su base. Un dron no tardó en hacerles una visita.
Nadie se libra
Lo peor de todo es que no hace falta ser estúpido para cometer una estupidez, y a todos nos afecta esa pequeña cantidad de dopamina liberada cada vez que tenemos un ‘me gusta’. Despidos y divorcios han sido causados por un mal criterio a la hora de publicar algo en una red social.
Deberían lanzar una app que te notificase cada vez que estás a punto de hacer una estupidez. Qué bien nos vendría a algunos.