El mundo se divide entre los que adoran a Christopher Nolan como un genio y los que le consideran un director pretencioso que se cree intelectual sin serlo. Sea como sea, nadie puede negar su efectividad como director. Y en Dunkerque vuelve a demostrarlo.
Dos de los aspectos que más llaman la atención de la cinta bélica son su banda sonora -compuesta por Hans Zimmer- y la agobiante atmósfera que envuelve la historia de estos soldados acorralados en una playa por el ejercito nazi.
Lo cierto es que las dos cosas van de la mano, y lo logran en gran medida gracias al tono de Shepard, una ilusión sonora que podemos escuchar ya desde el principio de la película.
La música transmite una sensación de tensión ascendente, como si en cualquier momento las puertas del infierno se fueran a abrir, pero nunca llega a ocurrir. Eso ocurre gracias al tono de Shepard. Este consiste en varios tonos, separados por una octava, que suenan simultáneamente.
A medida que ascienden, los tonos más altos se disipan mientras que los más bajos ganan fuerza. Al ponerlo en bucle, el cerebro cree que está escuchando un sonido ascendente, cuando es algo estable.
La ilusión también tiene efecto cuando el sonido es continuo, en lo que se llama un Shepard-Risset Glissando, y el resultado es realmente inquietante:
Intenta enfrentarte a 10 horas de esto si eres valiente.
De hecho, Nolan ya había usado esta ilusión anteriormente, por ejemplo en El caballero oscuro y en El caballero oscuro: la leyenda renace, específicamente en el sonido del batpod, la moto de bats:
En Dunkerque, todo se une para generar inquietud: la fotografía, el montaje, el tratamiento distante de muchos de sus personajes y por supuesto la música y el diseño de sonido. Toda una maquinaria audiovisual para transportarnos a una de las batallas más importantes de la primera parte de la II Guerra Mundial.