Como padre me encuentro ahora entre dos estados emocionales completamente distintos. Por un lado me alegro de que empiece el colegio porque eso supone un alivio para quienes debemos compaginar el trabajo con el ocio de los niños; por el otro lado le tengo un miedo irracional a la herramienta que se suponía iba a revolucionar la comunicación entre los padres: el WhatsApp. Si tienes hijos ya sabrás de lo que hablo. Si no los tienes puedo confirmarte que todo lo que has leído sobre los grupos de padres es verdad. Incluso peor.
Ocupar las vacaciones de los peques mientras los padres trabajamos suele ser más difícil que volver a la oficina en septiembre luciendo una sonrisa sincera. Las vacaciones escolares son largas, mucho. Bueno, solo para nosotros, porque a los niños se les hace tan cortas que cuando cierran los libros tienen la sensación de que toca volver a abrirlos. Bueno, mejor no hablar de libros. Ni de material escolar, excursiones... Mi cuenta corriente se ha ido a llorar a un rincón. Junto con la cartera.
"No quiero ir al cole". Enfrentarte a las palabras de tu hijo es duro, sobre todo cuando tú te sientes aliviado precisamente por lo mismo. Y es que "aparcar" a los niños en vacaciones es complicado. Encontrar unas colonias donde se diviertan mientras entran en contacto con la naturaleza y aprenden inglés (¿por qué los padres siempre queremos que sepan más idiomas?), convencer a los abuelos para que se los lleven con ellos unos días y hacer malabarismos para compaginar las vacaciones del padre y de la madre tratando con ello de extender el máximo de tiempo que al menos uno está con los niños. Cuadrar los presupuestos del Estado debe ser difícil, pero ya me gustaría ver a Montoro organizando los tres meses de verano de cualquier familia con el presupuesto de la mayoría de estas familias.
Volver al cole supone un alivio ya que, al menos, tendremos ocupados a los niños la mayor parte de la jornada (de las extraescolares hablaremos en otro momento). Imagino la mañana del próximo martes, día en el que comienza mi hijo su primer día de clase. Me costará levantarlo de la cama y seguro que también me cuesta que desayune. Se enfrentará a la vuelta con la angustia apretándole la garganta, esa misma angustia que ralentizará sus pasos añadiendo peso a una cartera tan repleta de libros como de materias por aprender. Y veré cómo se adentra hacia su clase compartiendo la apatía con el resto de sus amigos. También puedo imaginarme cuál será el tema de conversación entre los padres: "¿Compartimos las fotos de las vacaciones por el WhatsApp?". Horror.
Recuerdo el curso en el que se decidió hacer un grupo de WhatsApp para compartir los deberes de los niños y solucionar cualquier duda que pudiera surgir entre los padres. Fue en segundo. Una idea genial, pensé entonces. Cuando el grupo se convirtió en un bombardeo de mensajes que estaban a años luz de mantener cierta relación con los niños y su aprendizaje caí en la cuenta de algo que me he aplicado desde aquel día: cualquier grupo de WhatsApp termina desfasando. Cualquiera. Incluso uno que se decidiera a abrir el Papa en el Vaticano.
Empiezas compartiendo lo que necesitan los niños para la próxima excursión y los mensajes terminan virando hacia lo que hicieron su padres, sin los niños, el sábado por la noche. En el grupo de mi hijo llegaron a compartir fotos de esas que te da vergüenza enseñar a quien no te conoce. Y con toda naturalidad, que es lo más extraño: he visto hasta desnudos. ¿De qué forma ayuda a los niños un grupo de WhatsApp en el que los padres pierden el foco que tenía la creación de dicho grupo? Y no solo hay un grupo por niño, que luego surgen otros para una fiesta de cumpleaños (que después no se cierra), grupos de WhatsApp para una salida nocturna solo de padres, el grupo en el que también está el tutor de la clase... Eso es un bombardeo y no lo de Kim Jong-un.
Como ocurre en cualquier ámbito de la vida, lo bueno de que los niños tengan otra vez ocupaciones contrasta con la desgracia de que el móvil suene a cada minuto solo con los mensajes del grupo de padres. El equilibrio de la Fuerza, el yin y el yang, el sueño después de haber estado media noche viendo series... Septiembre es una época de reequilibrios que termina por no suponer un trauma para los niños, que son los que realmente importan. Se reencontrarán con sus amigos de colegio, aprenderán y se divertirán como parte intrínseca de la niñez; ajenos a los grupos de WhatsApp de sus padres, esos en los que se habla poco de los niños a pesar de que son la razón para crearlos.
¿Cuánto queda para las próximas vacaciones? Es para un amigo.