Una buena película se ha convertido en una parte fundamental del entretenimiento durante un viaje. Ahora podemos llevar las que queramos en nuestro ordenador o en un iPad, pero hace no tanto tiempo estábamos atados a lo que nos pusieran en el vuelo. Pero en contra de lo que podamos pensar, el lujo de poder ver una película a diez mil pies de altura no es una maravilla fruto de la invención del vídeo y la expansión de formatos como el VHS. Por impráctico que parezca, en los años 20 ya ofrecían películas a los pasajeros.
Técnicamente, la primera proyección realizada a bordo de un avión fue en 1921. Ese año se celebró una feria en Chicago llamada “La Pompa del Progreso”. Con este motivo se realizaron varios alrededor de la ciudad de los vientos mostraba a sus pasajeros un cortometraje titulado Howdy Chicago! (¡Hola, Chicago!), que era simplemente un anuncio glorificado que mostraba las maravillas de la ciudad.
La revista Aerial Age se hizo eco de este hito, destacando que antes del despegue del hidroavión se pensaba que las vibraciones de la nave afectarían la calidad de la proyección, algo que finalmente no ocurrió.
El Mundo Perdido, la primera película voladora
En 1925 se dio un paso más, con la proyección en pleno vuelo de una de las grandes producciones del momento de Hollywood: El mundo perdido. Se trata de un clásico que adapta la novela de Arthur Conan-Doyle –que, por cierto, aparece en la película- y que fundó el subgénero de películas de dinosaurios que nos ha dado desde King Kong hasta Jurassic Park.
La responsable fue Imperial Airways, una compañía británica que operó entre 1924 y 1939 y que vería en la proyección de películas una gran maniobra publicitaria. Básicamente, se subía un proyector al avión y se proyectaba la película igual que se haría en un cine. Se llegó incluso a conectar por radio con una orquesta que tocaba en directo música para la cinta.
Se realizaron dos vuelos en los que se mostraba la cinta, ambos con media docena de pasajeros: el primero de Londres a París el 6 de abril. El segundo, al día siguiente, volaría alrededor de Croydon, cerca de la capital británica.
El celuloide, una bomba de relojería
Lo que no está claro es hasta qué punto los pasajeros sabían que lo que estaban haciendo era lo suficientemente peligroso como para ser realmente poco recomendable. Aquellas proyecciones se realizaron con películas de celuloide, un material que arde con facilidad. Eso, unido al calor que podía generarse dentro del proyector hacía poco recomendable subirlo a, por ejemplo, un avión.
A pesar del peligro, otras aerolíneas ofrecieron campañas similares. Por ejemplo, Pan Am ofreció ver La diligencia de John Ford volando sobre Nueva York. Sin embargo, no sería hasta 1961 cuando David Flexer desarrollaría un sistema lo suficientemente compacto y seguro como para poder usarse en vuelos comerciales. La primera película en mostrarse fue Brotes de pasión, de John Struges.