Desobediencia es una palabra de moda. Una palabra usada por la narrativa indepe para crear un relato épico ante la maquinaria represora del Estado. "Sin desobediencia no hay independencia" rezan muchos carteles que empapelan distintas ciudades españolas en las últimas semanas.
Ese relato que ha servido al gobierno de Puigdemont para tirar por el camino de en medio y aprobar una serie de leyes y tomar una serie de decisiones para que su puesto y su parlamento no están legitimados, tomando una serie de atajos locos que parecen salidos del Mario Kart.
Pero la desobediencia civil y la desobediencia no es lo mismo, ni parecido, y tienen consecuencias muy diferentes, tal y como explica Javier Albisu, corresponsal de la Agencia EFE en Bruselas, en un sobresaliente hilo de Twitter: