La posada de la violación de World of Warcraft
En la Jungla. El ser humano es capaz de llevar sus discretas perversiones a todos los rincones. El World of Warcraft no se libra, con una posada donde arrasan los pechos púrpuras.
27 septiembre, 2017 12:30Pocos juegos han alcanzado los hitos que World of Warcraft ha pulverizado. Lanzado en noviembre de 2004, se ha convertido en el rey absoluto del juego on-line durante más de una década. A lo largo de este tiempo más de 100 millones de cuentas han sido creadas y el impacto ha sido tal que la CIA llegó a incluir el mundo virtual creado por Blizzard en sus operaciones de espionaje masivo descubiertas por Edward Snowden.
Sus bits están llenos de personas de todas las edades ansiosas por vivir aventuras en un mundo de fantasía, convertidos en un guerrero elfo o un mago humano, orco o panda. Sin embargo las entrañas de Azeroth -el mundo virtual en el que se ambienta- también esconden lugares más turbios.
Se trata de la posada Goldshire en el servidor Moonguard. Se trata de una taberna que se ha convertido en el centro del cibersexo entre elfos, enanos y orcos. Solo con entrar ya te encuentras con personajes en ropa interior -todo lo desnudo que te permite el juego-, personajes bailando desnudos sobre las mesas y otros simulando todo tipo de actividad sexual en las habitaciones gracias a las distintas animaciones que están a disposición de los jugadores.
Del cibersexo a la ciberviolación
Esto no dejaría de ser una peculiar anécdota, un lugar donde algunas personas dan rienda suelta a sus fantasías más fantásticas, si no fuese porque, tal y como explican en Motherboard, algunos de sus habituales pasan directamente a la ciberviolación.
Cuentan la experiencia de Klara, una joven de 26 años que tras una amplia experiencia en chats eróticos comenzó a trabajar como escort en Second Life. Cuando oyó hablar de Goldshire, quiso ir a ver qué ocurría allí. Se creó un personaje de una maga y se dirigió a la posada.
"Todos los personajes llevaban trajes estridentes o iban desnudos" describe, "nunca había visto tantos pechos púrpuras. Pensé que estaba en un club sexual real". Tras varios minutos, comenzó a recibir mensajes públicos y privados preguntándole si quería practicar sexo. Cuando preguntó por las normas, le explicaron que era más una cuestión de animaciones que de descripciones largas de momentos íntimos, como ocurre en Second Life.
Como le pareció aburrido y banal, rechazó la oferta y salió de la taberna, donde descubrió que una serie de usuarios le habían seguido. Volvió a negarse, pero no sirvió de nada, y le rodearon. "Una mujer humana quiso practicar un 69 mientras un grupo de paladines miraba, realizando un hechizo que emite una luz blanca para simular eyaculaciones". Finalmente escapó desconectándose del servidor.
La diversión de dar caza a la víctima
Tal y como ha descubierto Motherboard tras entrevistar a más de 40 habituales del lugar, este tipo de actitud no es extraña. "Mientras realizábamos preguntas, varios avatars semidesnudos se frotaron con nuestra hembra humana", explican. A muchos les excita que la víctima intente huir y disfrutan de darles caza una vez han salido de la taberna. "A quien no le guste puede desconectarse cuando quieran", dicen. Es también habitual que muchos jugadores pidan un número de contacto real.
Esto genera problemas sobre todo de cara a los más jóvenes. El juego es accesible a partir de los 12 años, y cualquier menor puede acabar fácilmente en la taberna, ya que es un punto muy cercano al lugar donde empieza el juego para los personajes humanos.
Blizzard mira hacia otro lado
De hecho, Blizzard ya anunció que patrullaría el lugar después de que un padre se quejase del acoso que había recibido su hijo en el servidor, cancelando su cuenta. Sin embargo, nada cambió. Preguntados por la posibilidad de hablar con un menor, los violadores virtuales rehuían la cuestión, asegurando que los pequeños no juegan por la noche.
Se trata de una comunidad que funciona según sus propias reglas, infringiendo en muchos casos las normas de uso del juego. Un lugar que refleja que los seres humanos somos capaces de llevar nuestras perversiones a cualquier rincón, incluso los digitales. Especialmente a los digitales.