En 2003, Kenneth Adelman tomó una serie de fotografías aéreas de la costa californiana para mostrar su degradación, para luego publicarlas en Pictopia.com. En una de esas fotos se podía ver la casa de Barbra Streisand. A la cantante no le hizo mucha gracia la publicación de imágenes de su casa, por lo que ni corta ni perezosa decidió lanzarse a los tribunales.
La cantante alegó que esas fotografías vulneraban su privacidad, por lo que exigió su retirada y una compensación de 50 millones de dólares. Antes de su acción, las fotografías se habían descargado seis veces -dos de ellas, los abogados de Streisand-. Durante el mes siguiente el archivo "Image 3850" recibió 450.000 visitas, apareciendo en centenares de medios y blogs. El caso se archivó y Streisand tuvo que pagar los costes legales a Adelman, un total de 155.567 dólares.
Desde entonces, el término efecto Streisand para referirse a un fenómeno por el cual se da una mayor visibilidad a algo cuando lo que se intenta es ocultarlo o silenciarlo, algo que suele ocurrir habitualmente en Internet, donde replicar la información es tremendamente sencillo.
No es algo nuevo, sin embargo. Un ejemplo habitual anterior a las redes sociales es el de Ciudadano Kane. A William Randolph Hearst no le gustó nada la temática de la cinta -el protagonista estaba basado en él- por lo que ordenó que en sus medios de comunicación no se hablase de ella y que se cargase contra Orson Welles. Esto no evitó el éxito de la película, todo lo contrario, y actualmente cada vez que se recuerda el nombre de Hearst se vincula inmediatamente a la cinta. En España, Jose Luís Rodríguez Zapatero lo vivió en sus carnes cuando pidió a la Casa Blanca que retirasen la fotografía en la que aparecían sus hijas en su visita a Barak Obama.
El cierre de la web del referéndum, un ejemplo de libro
En los últimos días hemos visto dos ejemplos de este fenómeno vinculados al 'procés'. El primero, algo banal: la Warner Bros pidió que se ocultase la imagen de sus personajes del barco en los que se alojan los refuerzos policiales. Todo lo que consiguió es que la etiqueta #FreePiolin fuera trending topic.
El segundo es la operación policial en la que se han requisado urnas, papeletas y cerrado las páginas web del referéndum. Este movimiento, unido a una fantásticamente engrasada maquinaria indepe en las redes sociales ha logrado una movilización ciudadana aún mayor y ha logrado hacerse un hueco entre la prensa extranjera. Por ejemplo Puigdemont publicó una columna en The Guardian donde, por ejemplo, pudo calificar a la Guardia Civil de grupo paramilitar sin que nadie le corrigiera.
Cerrar la web del referéndum sirvió de poco, ya que rápidamente aparecieron cientos de réplicas que corrían rápidamente por redes sociales, algunos usando dominios como marianorajoy.cat. Incluso Wikileaks ha permitido alojar una copia de la web.
La caza de la web no solo fue un malgasto de recursos porque no evitó que la información estuviera disponible, como ya pasó en su momento con el cierre de PirateBay- sino que llegase a personas que, quizá, nunca hubieran entrado en la web.
Incluso se creo una app para dispositivos móviles Android, que el mismo Puigdemont promocionó desde su cuenta de Twitter:
Ante lo cual solo queda una pregunta: ¿ha valido la pena?