Los humanos vamos de sofisticados, orgullosos de nuestra civilización, de haber creado la filosofía y las artes, hemos imaginado conceptos metafísicos y hemos alcanzado otros planetas. Tenemos a bien considerarnos la cúspide de la civilización -con permiso de las cucarachas- gracias a la enorme cantidad de sinopsis neuronales de esa pequeña y misteriosa máquina que es nuestro cerebro. Y sin embargo, 3.500 millones de años de evolución después, nada nos hace tanta gracia como ver a alguien dándose un buen porrazo.
A nadie le gusta darse un golpe -por lo general duele- por lo que por un principio de empatía no nos debería gustar que el prójimo sufra lo que no nos gustaría sufrir a nosotros, pero cuando un amigo se come una farola que no había visto, explotamos en una carcajada. Luego, si vemos que no se mueve durante un rato, ya nos empezamos a preocupar, si eso.
Woody Allen decía en Delitos y faltas que la comedia es tragedia más distancia. De hecho, las tramas de muchas comedias podrían ser también dramas, la única diferencia es la distancia que el tratamiento nos hace tomar con la acción. En este sentido, la distancia empieza por el evidente hecho de que no somos nosotros quienes nos damos el galletazo. En el caso de los vídeos que podemos encontrar los la red, se añade el hecho de que no sabemos quién es. La distancia es algo fundamental, por eso en España no tardaron en aparecer chistes del 11S, pero del 11M apenas se oyen.
Además, uno de los elementos del humor es una resolución inesperada a una acción, un quiebro a la lógica. La mayoría de las personas no ve cada día a un semejante darse un meco, por lo que, cuando lo vemos, no podemos evitar reírnos.
A esto debemos sumarle que normalmente en los vídeos que se sube a la red se está tratando de hacer algo muy estúpido, lo cual siempre suma a que nos haga gracia. Cuando un adulto se está portando como un crío, es divertido ver como la vida le da una lección:
Especialmente si hay otra persona avisándole de que, efectivamente, se va a dar un buen tostao...
Somos tan básicos que nos hace gracia hasta el porrazo de un pobre perro sonámbulo.
O un perro adorable... somos horribles...
Aunque en ocasiones lo más divertido no es la caída en si, sino la reacción del caído, como el caso de este clásico:
El parkour nos ha dado vídeos espectaculares de todo tipo de piruetas que una persona normal no sería capaz de realizar ni tras recibir un mensaje diciendo "estoy sola en casa". Sin embargo, tiene otra cara, la cara que se parte alguno cuando sus maniobras no tienen el final esperado:
Schadenfreude es un palabro alemán que significa daño-alegría. Se trata de un concepto que se usa para referirse a lo que has estado haciendo si te has partido viendo todos estos vídeos: alegrarte del daño ajeno. La investigadora Lea Boecker apunta a que se trata de una emoción contraria a la envidia. Es posible que a muchos nos gustase tener habilidades como los que practican el parkour, pero en el momento en que les vemos deslomarse la espalda a uno de ellos, esa envidia desaparece.
La civilización ha reducido nuestra necesidad para competir por el prójimo, al menos en gran medida. Sin embargo, la parte más reptiliana de nuestro cerebro al ver un fail no ve otra cosa que a un competidor fracasando de forma estrepitosa y, por un momento, reafirmamos nuestra posición social. Eso tiene un efecto terapéutico y de ahí la risa.
Así que la próxima vez que veas a alguien darse de morros contra el suelo y te rías no te sientas mal. 3.500 millones de años de evolución te han hecho así.