Si crees que la política española está revueltilla en los últimos años, tendrías que ver la de la segunda mitad del siglo XIX. Durante la madrugada del 11 al 12 de julio de 1873 el Castillo de Galeras izó una bandera sorprendente: la turca. Sin entender bien lo que pasaba, un oficial de la Marina envió un telegrama al tambaleante gobierno de la I República: había comenzado el Cantón de Cartagena.
Tras la revolución de 1868, La Gloriosa, supuso el exilio de Isabel II y el inicio del sextenio democrático. Sin embargo, encontrar a un rey dispuesto a ocupar el trono de España no fue fácil. Era un regalo envenenado que te obligaría a lidiar con los carlistas y con la Guerra de los 10 años en Cuba. Finalmente el valiente que aceptó el reto fue Amadeo de Saboya. Sin embargo, entre los alfonsinos que aspiraban a una restauración borbónica, carlistas, Cuba y los movimientos republicanos acabaron por hartar al efímero monarca que decidió abdicar el 11 de febrero de 1873 y volverse a su Turín natal, olvidándose de todos dolores de cabeza que los españoles le estábamos causando.
Como Juego de Tronos pero al revés: nadie quería el trono
Y así, más por falta de candidatos al trono que por creencia política, advino la I República. "Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria", resumió Emilio Castelar en las Cortes.
La I República duró once meses, del 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874, en ese periodo tuvo cuatro presidentes y vivió una serie de revoluciones federalistas en todo el territorio, de las cuales la más célebre fue la de Cartagena.
Se celebraron unas elecciones constituyentes con una bajísma participación, al no presentarse ni carlistas, ni alfonsinos ni monárquicos. Así, hubo una mayoría republicana donde había tres grupos: unos buscaban una república centralista de estilo francés, otros una república federal y los últimos, los intransigentes, querían una república federal dividida en cantones sin esperar a que la aprobasen las cortes, forzándola de abajo arriba.
El cantón de Cartagena
Con el recuerdo de la Comuna de París muy reciente y aprovechando el cambio de regimiento del Castillo de Galeras, un grupo de voluntarios lo tomó, y se dispuso a izar una bandera completamente roja, símbolo del cantón. Sin embargo, al no tener ninguna, optaron por lo más parecido: una bandera otomana, esperando que desde la distancia no se distinguiera la media luna. Error, sí se distinguía, y cuenta la leyenda que uno de los voluntarios se realizó un corte en el brazo para teñir la media luna.
El cantón duró únicamente seis meses, pero bajo el mando de Roque Barcía (con ese nombre has venido al mundo para triunfar). Tras tomar el castillo, también cayó, de forma pacífica, el ayuntamiento, las defensas de la muralla y las portuarias. No solo eso, sino que los rebeldes consiguieron que se les sumasen la flota que estaba en el puerto, que incluían cuatro de las siete fragatas blindadas de las que disponía España, e incluso otras naves que pasaban por allí, como el Isabel II o el Villa de Madrid. Al gobierno republicano no le quedó más opción que declarar pirata a su propia flota.
El presidente del gobierno Pi i Margall -ya el segundo de la aventura republicana- envió a una comisión para que disuadieran a los insurrectos y poner un final pacífico al levantamiento en una entrevista con Antonete Galvez. No solo no lo hicieron, sino que se sumaron a la revuelta.
Bien protegido por la muralla de la ciudad y con el arsenal y la flota de la ciudad, el cantón logró resistir los primeros ataques del ejército. Acuñó su propia moneda después de ofrecer una amnistía a todos los que cumplían condena por falsificación y llegó a diseñar un plan educativo, aunque jamás se llegó a aplicar. En esencia, Cartagena fue independiente.
El sitio de Cartagena y petición de anexión a EEUU
El éxito de la revuelta cartaginesa generó un efecto contagio en la región, pero tras la Batalla de Chinchilla el ejército republicano tomó Murcia, disolviendo la Junta Revolucionaria de la capital y del resto de municipios, quedando en pie únicamente el de Cartagena.
Tras el fracaso de las negociaciones, el gobierno dirigido ahora por Emilio Castelar -cuarto presidente de la República- se propuso cercar Cartagena por tierra y mar. Sin embargo, tras un primer encuentro en el mar que acabó en tablas, la flota gubernamental dio media vuelta antes de un segundo encuentro, al toparse con que los efectivos con los que contaba el Cantón eran ampliamente superiores.
Así, el general Ceballos comenzó el bombardeo de la ciudad. Ante la situación, Roque Barcía optó por una solución realmente imaginativa: envió una carta al Presidente de EEUU Ulisses S. Grant pidiendo la anexión del Cantón a la unión. La idea era poder izar la bandera americana para frenar el bombardeo, pero jamás recibió respuesta.
Aunque la historia del Cantón, así contada, puede parecer, no estuvo exenta de tragedia. Durante el bombardeo, no se sabe si por el impacto de un proyectil, sabotaje o por imprudencia, el Parque de Artillería en el que se refugiaba parte de la población civil explotó, matando entre 300 y 1200 personas, dependiendo de la fuente.
El final del sueño federal
La situación se hizo insostenible, tanto en la República como en Cartagena, y el 3 de enero de 1874 el golpe de estado del General Pavía puso fin al sueño federal y a la República. El 12 de enero Cartagena se rendía. Ese día cerca de quinientas personas pusieron rumbo al exilio a bordo del Numancia rumbo a Argelia.
Roque Barcía no huyo, pero no fue un acto de valentía. Cuatro días después publicó en varios periódicos un texto condenando el levantamiento comunal, asegurando que él había sido prisionero de los rebeldes. Esto le desacreditó para siempre como político y no evitó tener que vivir unos años exiliado en Francia.