Toda la semana esperando el finde, esos dos días y medio de libertad que saben tan bien como zamparse una tarta de chocolate en mitad de la dieta. Después de varios días deseándolo, la liberación comienza con el viernes por la tarde; el sábado aprovechamos para relajarnos de las tensiones del trabajo; el sábado noche abre la puerta a nuestros más recónditos deseos; el domingo por la mañana está hecho para dejar que la pereza nos domine sin ningún tipo de remordimiento. Pero ¿y el domingo por la tarde? Ay, llega el momento de la desdicha: es como si nos lamentáramos porque termina la fiesta cuando aún no se fueron todos los invitados.
Algo ocurre para que el domingo por la tarde llegue a ser más odiado que el mismísimo lunes. Va a gustos, como es lógico, pero no me he topado con nadie que disfrute de las últimas horas del fin de semana. Será justo por eso, por la agonía de acabarse lo que tanto tarda en llegar. Algo que no tiene demasiada lógica ya que, al fin y al cabo, continúan siendo horas de descanso.
Quizá estés leyendo este texto el domingo por la tarde. También yo me encuentro escribiendo el artículo en ese momento, durante esa porción de la semana que posee su propia concepción del tiempo. Los minutos avanzan lentos, despacio, como si se encaminasen a la guillotina. Suena a tragedia, pero así es el domingo por la tarde: trágico. El lunes acecha a nuestra espalda dejando que sintamos su aliento en la nuca. Huele a melancolía.
No importa que te quedaras en casa porque no tenías ningún plan o que aprovechases para escaparte de fin de semana con ese viaje planeado desde hace tiempo: después de comer sobreviene la angustia ante el final. Y es que basta con pensar en la escasa vida del domingo para deprimirse. Sin ninguna razón, como decía antes: quedan horas de descanso y margen para charlar con los amigos, salir a tomar algo o rematar el maratón de series que queda pendiente. La lástima es que todo sabe distinto, como más amargo, más soso.
Pocas sensaciones hay más absurdas que la depresión del domingo. Si dicha depresión fuese la del lunes tendría sentido, pero sentirla el día anterior, cuando aún queda toda la tarde por delante... no tiene lógica. ¿Eres de los que se tiran al sillón dejando que pasen las horas igual que los granos de arena van cayendo despacio en un reloj del mismo nombre? "You are not alone".
Los finales son más tristes que los comienzos, eso es un hecho; siempre que no sea el final de una película sueca aclamada por la crítica, claro. Por más que cueste tanto despegar las pestañas en lunes como borrar un tatuaje con un estropajo, aunque volver a madrugar se convierta en una desgracia, por más que el lunes dé más sueño que una película sueca aclamada por la crítica... siempre será mejor que sufrir los últimos espasmos del fin de semana. ¿O no?
Domingos por la tarde, os odiamos. O quizá no, lo que deberíamos odiar es la sensación de angustia porque se nos escapa el fin de semana. O porque se nos escapa cualquier otra cosa: en lugar de sufrir por la agonía, disfrutemos de los últimos momentos de felicidad. Así con todo, domingos incluidos.