Barcelona ha sido eliminada en primera ronda de la lucha por ser la sede de la Agencia Europea de Medicamento. Quizá esto sea usado por los independentistas como un nuevo argumento, al fin y al cabo no hay nada más español que ilusionarse en las primeras rondas para ser eliminado en cuartos, aunque los 13 puntos que ha logrado la ciudad son muy dignos de España en Eurovisión.
Y es una pena que finalmente la sede haya ido a parar a Amsterdam, a Barcelona le hubieran venido muy bien todos los psiquiatras que hubieran llegado, aunque es cierto que la capital holandesa siempre ha sido una pionera en el “uso terapéutico” de algunas sustancias. Guiño, guiño, ahora le traigo el café, señora.
Pero aunque a la CUP igual los 40.000 visitantes anuales que hubiera traído le pueden sonar a turistas y a especuladores de AirBnB, a pocas ciudades le hubieran venido mejor aumentar la plantilla de médicos, y no lo decimos por los dolores de cabeza que el procés nos está dando a todos ni por los porrazos de la policía, sino por algunas escenas esquizoides que hemos vivido a raíz de la candidatura catalana al EMA.
Y es que en pleno terremoto del proceso independentista catalán se ha vivido una situación que el mismísmo Gollum hubiera considerado un caso gravísimo de trastorno de doble personalidad. El pasado día 18 de octubre se vivió una situación de esas que solo ocurren en las cenas de Navidad y en la política. Ocho días después de la declaración suspendida y diez antes de la suspensión de la suspensión de la declaración suspendida, la ministra de Sanidad Dolors Montserrat, el conseller de salud Antoni Comín y el teniente de alcalde de Barcelona Jaume Collboni fueron a Bruselas a defender la candidatura barcelonesa. Bueno, tal vez Comín fue a alquilar un pisito cerca del Manneken Pis en el que compartir habitación con el President. Con menos que eso TV3 te puede hacer una serie al estilo Friends.
Los tres se plantaron en la capital europea de la manita ignorando por completo el elefante rosa fosforito de la habitación. “¿Independencia? ¿Qué independencia?”, debían contestar con bigotes postizos y narices de gomaespuma. Todo esto, recordemos, mientras Rajoy y Puigdemont decidieron escribir un capítulo del procés homenajeando a Jane Austen con un intenso pero educadísmo intercambio de cartas. Amenazándose con la DUI y el 155, pero siempre muy educados. Al menos ahora Cospedal lo ha convertido en un thriller de John le Carré. John le Carré de andar por casa, pero John le Carré.
La comida tuvo que ser para verla, como cuando te toca sentarte en la cena de Navidad con esa prima tuya que sabes que ha estado poniendo a parir a tu madre, pero tienes que hacer ver que te llevas bien porque delante tienes a la abuela, y ese disgusto no se lo vas a dar. Representantes del Gobierno y de la Generalitat debían mantener ese silencio tenso que aparece en una mesa cuando alguien se mueve y se oye un sonido “raro” y te ves obligado a explicar con la mirada que “ha sido la silla”. Y es que, al final, parece que la declaración de independencia ha sido la silla.
Una pena que finalmente la AEM no aterrice en Barcelona. Nos podía haber traído medicamentos para todos. Kilos y kilos de antipsicóticos.