No sé quién inventaría el contrato, pero sí sé quién lo terminó popularizando: los bancos. En la antigüedad te atabas con el señor feudal por el permiso para moler la harina; ahora te atas con el banco para comprarte el último iPhone. Han pasado siglos por esas hojas de papel estampadas con una firma en la que se reflejan los sueños y también los miedos, pero hay algo que nunca cambia: como no leas bien las cláusulas terminas tan endeudado como un ludópata de vacaciones en Las Vegas.
Pongámonos en situación. Según cuentan nuestros compañeros de EL ESPAÑOL, la Audiencia de Castellón declara nulo la cláusula de un contrato bancario de Citibank porque "está en un contexto de difícil lectura dada la letra tan minúscula que emplea". Vamos, que si el contrato se redactara en Klingon seguro que quedaba más claro. Porque no creas que la letra era pequeña, no: el tamaño de los caracteres estaba al nivel de las ganas de trabajar un lunes.
Acudir a cualquier firma con una lupa es tan aconsejable como hacerlo con un buen abogado. Y es que uno no sabe ya ni lo que firma. Porque, ¿te has leído todos los contratos que rubricaste en los últimos meses? No me refiero solo a los de la tarjeta bancaria, el coche, el iPhone X o las vacaciones en Disneyland, hablo de los innumerables contratos virtuales en los que estampamos el "Estoy de acuerdo" como si regalásemos el dinero de otro. Que si aceptas compartir tus datos con Facebook, que si Tinder puede utilizar tu foto marcando "morritos" con otros usuarios que no están en Tinder, el contrato que aceptas sin saber que has vendido tu alma al diablo... No, esto no es broma: ocurrió de verdad.
La táctica de la letra pequeña no es la única que utilizan los bancos, servicios de Internet u operadoras de telefonía, existen otras triquiñuelas con las que nos invitan a marcar con la X sin leer lo que estamos aceptando. Escribir el contrato en un lenguaje tan enrevesado como un bando de Luis XVI, por ejemplo; utilizar textos tan largos como el Quijote escrito a una cara; y uno de mis preferidos porque, precisamente, es el que más odio y con el que más pico: ponerte un caramelo delante.
"Le regalamos un fastuoso smartphone con una tarifa adaptada a sus necesidades con solo una pequeña permanencia de, digamos, dos décadas; que podrá hacer efectiva usted o su descendencia. Mire, mire, qué pedazo de móvil". No lo niegues, basta con que nos regalen algo para que sintamos el deseo irrefrenable de agarrar el bolígrafo y estampar la firma justo donde está el recuadro blanco, ese en el que nos escriben una pequeña "x" para no perdernos. Lo saben, nos conocen a la perfección, no ignoran nuestros deseos de poseer el supuesto regalo. Encima, hacen la letra tan pequeña, y el texto tan extenso, que no tienes ojos para nada más. Con otro detalle importante: siempre hay prisa, por lo que terminas firmando rápido solo por no hacer esperar. Qué cantidad de errores...
Existen unos "Criterios de transparencia" con los que se deben redactar los contratos para los consumidores. Han de ser claros, concisos, es obligatorio que el lenguaje resulte comprensible... y no hay que utilizar letra demasiado pequeña. Esto por parte de las entidades ya que el cliente debería prestar siempre atención a lo que firma. Es nuestra obligación si no queremos que nos engañen porque, una vez dejamos la firma, abandonamos también una parte de nuestro futuro.
Lee bien el texto, asegúrate de que adquieres lo que necesitas, vigila que no resulte excesivo en comparación con tus necesidades y, si te estás jugando mucho dinero, lo mejor es que acudas a la firma con un experto en el tema. Mejor quedarse con las ganas que con unas bonitas y duraderas cadenas.