Probablemente estás a un par de días o tres de subirte a un avión o a un tren para ser el protagonista de tu propio revival del anuncio de El Almendro y volver a casa por Navidad. Días libres, reencuentros... todo un viaje en el tiempo al país de Nunca Jamás.
Pero ojo, no te confíes, tus amigos puede que no sean esos colegas ideales que te esperan con los brazos abiertos deseando que les cuentes -en persona, porque ya lo han visto todo en tu Instagram- tus peripecias por la gran ciudad.
Es más, seguramente estén en el andén mirando de reojo para ver si llegas en plan Illuminati o, lo que es peor, como el poseedor de la verdad tras haber visto el fuego de frente cual mito de la caverna.
No necesitan que les hables de lo bien que vives allí, en tu piso compartido de 30 metros cuadrados y haciendo gala de tu moderneo, mientras ellos siguen donde siempre, sin muchas novedades, pero en formato 60 metros cuadrados más que tú.
Así que apunta, porque aquí tienes las claves para que al volver no ostentes el título de amigo coñazo de la pandilla y dejes el terreno preparado para tu próximo regreso.
Déjate llevar y no uses la tarjeta de crédito
No, quizás ese ya no es el mejor garito del pueblo. No te empeñes en ir a todas horas, no repitas su nombre cada vez que cambiéis de local. Puede que la comida haya cambiado, que no pongan la misma música o que ahora paren chavales diez años más jóvenes. Déjate guiar, que tus colegas conocen el mandangueo mejor que tú que vas allí dos veces al año.
Muévete con dinero en metálico, por favor. La primera vez que sacaste la tarjeta de crédito para pagar a las siete de la mañana en el último antro abierto del pueblo fue épico, sí. Unas buenas risas que todavía retumban, pero como no cambies el chip te considerarán el gorrón de la pandilla, el que nunca puede pagar. El rata.
Ni postureo, ni excentricidades
Tampoco te hagas el espléndido. “Qué baratas las copas aquí, ¿sí o qué?”. Claro, igual de baratas que cuando te fuiste, ¿pierdes memoria? Pues eso, que no te dejes llevar por la euforia del momento y empieces a pagar rondas como un loco si no quieres que la cuesta de enero sea tu bonus track.
“¿Me pones un gin de G’Vine Floraisson en copa de balón, con tónica premium, unas pieles de limón, un trozo de fresa deshidratada y un par de hielos?”. Pero, ¿tú no eras de Larios con Schweppes? No te flipes y menos en un garito donde sabes que lo más exótico que pueden tener es la edición navideña de Estrella Galicia. De lo contrario parecerás la versión invertida de Paco Martínez Soria.
Olvídate del taxi y no seas tú el pringado
“Llamaremos a un taxi, ¿sí o qué?” Vamos a ver. Que el pueblo mide como muchísimo tres kilómetros de largo por dos y medio de ancho. Que no te vas a morir. Que además, a tu ritmo acelerado de runner de vermú llegarás a cualquier punto en 7 minutos. Camina, que además sale barato, recuerda el bonus track.
Solamente nos queda una última cosa. La pregunta prohibida, la que no tiene que salir nunca de tu boca: “¿Por qué seguís aquí?”. Ojo con eso. Que ya, de primeras, menos mal que siguen allí para que tú tengas party hard cada vez que vuelves. Pero es que lo más probable, también, es que allí vivan mejor que tú.
Con pocos garitos a los que ir, haciendo casi el mismo ritual nocturno que cuando teníais 20 años, sin poder pagar con tarjeta las copas baratas de Larios y sin coger taxis muy a menudo, pero ahorrando dos cosas fundamentales: tiempo y dinero.
Así que recuerda, si cuando regreses, después de la primera quedada con tus colegas no puedes identificar quién de ellos es el pardillo, “entonces es que el pringado eres tú”.