Cuando pensamos en el bullying, a muchos nos viene a la cabeza la típica imagen de las películas americanas, un grandullón con chaqueta de cuero que masca chicle y que va siempre escoltado por dos lametraserillos que repiten riéndose todo lo que el grandullón dice mientras asalta a sus víctimas por los pasillos del instituto.

Una amenaza específica y reconocible, y por tanto fácilmente detectable y extripable. Lo malo es que la realidad pocas veces es como en las películas, y aunque siempre hay matones, el problema real del bullying es que ni es tan específico ni tan fácil de ver como muchos piensan.

Y es que en la mayoría de casos el bullying no viene por parte de una persona, del matón de turno, sino que es el grupo quien lo ejerce. Nadie hace nada muy grave, pero todos van haciendo cosas que, en grupo sí se convierten en algo muy grave.

Y lo peor de todo es que ni siquiera los propios acosadores se dan cuenta, ocurre sin que te des cuenta, no importa los esfuerzos que hayas hecho para que tus hijos sepan lo que es el bullying y no lo practiquen. Cualquiera puede convertirse, de golpe, en un acosador y no darse cuenta, como muestra este hilo de Twitter compartido por una madre: