En el amor y en el sexo no existen reglas: lo que a unos les atrae en otros puede conseguir todo lo contrario. Con este planteamiento inicial resulta lógico que el mundo del sexo sea tan amplio como el cielo que vemos desde el suelo: desde las prácticas consideradas "comunes" a las llevadas al extremo de las parafilias. Donde tú ves unos simples zapatos otra persona ve un motivo para la excitación. Donde tú ves un simple arbusto en mitad del campo un ecosexual siente el deseo de masturbarse.
La "ecosexualidad" no es una parafilia, debemos comenzar aclarándolo. Los ecosexuales no se excitan sexualmente con las rocas, los parados verdes, los bosques o los árboles Ent de El Señor de los Anillos, pero sí ven en ellos un motivo de comunión con la naturaleza. De comunión sexual, por supuesto: los ecosexuales aman al planeta llevando su pasión al extremo del deseo carnal. Diríamos que la ecosexualidad parte de los principios de la defensa de la naturaleza para simplificar al máximo la relación con el planeta encontrando en él a su media naranja. Una media naranja que es válida para tener sexo, claro.
Ir de excursión al campo con un ecosexual debe de ser toda una experiencia. Hacerle el amor al planeta en sentido literal supone masturbarse entre los arbustos, como decíamos antes, pero también frotarse con los árboles o encontrar el placer en una roca al borde del mar mientras las olas rompen alrededor con la caída lenta de la tarde. Al fin y al cabo la naturaleza es sensual e invita al placer. De esta manera se aprende a respetarla, a amarla y también a defenderla, no dejan de ser las bases de la ecología.
Como la mayor parte de las tendencias actuales, también muchas con el sexo, la ecosexualidad nació en Estados Unidos. Lo hizo de la mano de Elizabeth Stephens & Annie Sprinkle, dos mujeres apasionadas por el arte y activistas que comenzaron siendo artistas para crear un movimiento que está trasgrediendo fronteras. Ser artistas es una parte inseparable de su faceta ecosexual: tanto Elizabeth como Annie han realizado numerosas representaciones y montajes artísticos a lo largo del mundo demostrando cómo amar a la naturaleza desde el significado más primitivo del verbo.
Pese a que hacerle el amor al planeta pueda parecer rocambolesco (seguro que te imaginas a un hombre regando con semen las plantas o a una mujer frotándose contra el tronco de un árbol, lo cual tampoco sería descabellado), el movimiento busca crear una simbiosis entre los humanos y la naturaleza. Regresar a lo básico, entender que solo tenemos un planeta y que hay que respetarlo como respetamos y queremos a nuestra pareja, malgastar lo menos posible los recursos naturales, asumir la ecología como una parte fundamental de nosotros mismos. Los ecosexuales mezclan el amor por el planeta con el arte y la representación. De hecho, así reza el lema de la ecosexualidad: "Donde el arte se encuentra con la teoría, la práctica y el activismo" (Where art meets theory meets practice meets activism).
Las actividades de los ecosexuales van desde hacerle el amor a la Tierra (en todas las variantes que puedas imaginar) a casarse con el planeta, defender el bienestar de la naturaleza y apoyar su defensa. No deja de ser un movimiento ecológico llevado al extremo, de ahí que las charlas, convenciones y libros sobre ecosexualidad defiendan la ecología en su máxima expresión. Un argumento completamente válido y que tendríamos que asumir en primera persona; por más que a pocos les apetezca tener sexo con un agujero practicado en el suelo, que cada uno tendrá sus límites.