Si hace unos años me hubiesen dicho que iba a viajar con cierta frecuencia seguramente no me lo hubiese creído. De moverme menos que quien sale de casa solo a comprar el pan he pasado a engrosar mi lista de destinos igual que la lista de las anécdotas. Porque llegar a destino está muy bien, pero el viaje en sí también es una experiencia. Que comienza en el mismo momento que pones el pie en la terminal de embarque.
Viajar en avión posee cierta liturgia a la que hay que enfrentarse con paciencia y también con ánimo. Desarmar la maleta en el control de aduanas, poner todos los líquidos en la bolsa transparente, desnudarse al pasar por el arco de metales (no vaya a ser que la hebilla del cinturón pueda convertirse en un arma peligrosa), las esperas antes de embarcar, las peleas por colocar las maletas en cabina antes de que se termine el hueco y te hagan facturar el equipaje de mano... Y ese momento de inquietud en el que observas el asiento vacío contiguo esperando a ver con quién tienes la suerte de viajar.
Todos tenemos dos preferencias a la hora de elegir asiento: o ventanilla o pasillo. La butaca central es como pedir por error una pizza con piña: quedará intacta mientras haya del resto. Yo suelo elegir ventanilla a pesar de que eso me prive de estirar las piernas y de ir al baño con la frecuencia que a mí me apetecería. He aprendido a escoger ventanilla gracias al check-in anticipado de las aerolíneas, pero, por desgracia, no existe opción de elegir a los compañeros de asiento. Y he tenido cada uno...
Si sueles viajar con cierta frecuencia seguro que has hecho una lista con los tipos de compañero posibles. Yo he elaborado la siguiente; a sabiendas de que encajo en alguno de los tipos, que de aquí nadie escapa.
El que se empeña en darte conversación
Viajar solo no siempre es agradable, pero suele suponer un descanso a la monotonía de lo cotidiano. En esa tesitura lo más habitual es que te relajes para descansar lo máximo posible durante el vuelo ya que la agenda posterior suele ser de infarto. Pero claro, resulta que a quien tienes al lado no le apetece descansar.
Es fácil reconocerlos. Empiezan hablando de lo mucho que vuelan y de la última anécdota que tuvieron en uno de tantos aviones en los que viajaron. Si les das conversación terminarán hablándote de su familia y hasta del dentista. Y no se dan por aludidos cuando te pones los auriculares y subes el volumen al nivel de una discoteca de Ibiza: te obligarán a que te los quites para seguir escuchándoles. No habrás deseado tanto que llegase el avión al aeropuerto.
El que se expande en su asiento robándote espacio vital
Si no lo sabías ya te doy un consejo: jamás dejes que quien se siente a tu lado suba el reposabrazos a no ser que sea tu amigo. Incluso así: levantar la frontera es abrir la veda a la invasión de tu espacio. Empiezan poniendo el brazo más allá de la línea divisoria de los asientos, después se abren de piernas como si necesitasen refrescarse los bajos y terminan durmiéndose dejando que su cabeza se apoye en tu hombro.
Lo recalco: el reposabrazos siempre en su sitio, marcando la frontera. Y márcala tú también: a los primeros signos de invasión haz valer tu autoridad. Si no quieres que tu espacio vital termine asemejándose a Polonia.
El que se duerme nada más despegar y termina roncando
No sé bien si envidio a este tipo de personas o las odio porque al final terminan dándote el vuelo. Con la dificultad que tengo para dormirme en los aviones, incluso aunque lo necesite, admiro esa virtud del que se cae rendido nada más poner el culo en el asiento. Qué desinterés, qué habilidad para aislarse de todo, qué rabia cuando se pone a roncar.
Yo he estado en aviones donde se escuchaban más los ronquidos que las turbinas. Y claro, ante eso no hay auriculares con cancelación de ruido que valgan: termina colándose el gruñido hasta en tu propia alma. Miras el reloj y aún quedan dos horas de vuelo. Confías en que no dormirá durante todo el viaje, pero no: solo abre los ojos cuando el tren de aterrizaje impacta contra el suelo. Y lo primero que hace es quejarse de lo malo que ha sido el vuelo.
Los miedicas
Se les reconoce fácilmente: son los que se agarran al reposabrazos durante el despegue del avión como si solo así pudieran salir con vida. Los ves sufrir durante el ascenso, ante la mínima turbulencia, están inquietos hasta cuando el vuelo se mantiene en crucero. Y terminan contagiándote el miedo con el más mínimo contacto en forma de conversación: son expertos en relatarte las mayores tragedias aéreas y en desmontar el dicho de "el avión es el medio de transporte más seguro".
Los niños
Viajar con los niños propios es un caos, pero como te toque viajar junto a los niños de otro el viaje puede ser un infierno. Sobre todo si a los padres les tocó un asiento lejos del tuyo y de sus hijos: los peques harán uso de su improvisada libertad como si el avión fuese una jungla y ellos los exploradores.
Gritos, patadas, preguntas indiscretas... Viajar con niños al lado es una puerta abierta a la desesperación. Aunque todo depende de los niños y de con qué humor te lo tomes porque, si os lleváis bien, se puede convertir en el vuelo más divertido de los que recuerdes. Doy fe.
Los que empiezan con una cerveza y terminan armando un motín
Pueden viajar en grupo o en solitario, ser jóvenes o más mayores, pero el desastre siempre comienza de la misma manera: con una cerveza. En ocasiones estos compañeros de asiento llegan al avión ya puestos del aeropuerto, estos son los peores: comenzarán a darte el viaje desde antes de despegar. Imagina cuando pasen al whisky...
Lo que empieza con una cerveza, y continúa en minibotellas de alcohol, suele acabar mal. Broncas con el personal de cabina, gritos, motines... Te tocará vivirlo en primera persona. También cuando, una vez llegados al aeropuerto de destino, la policía suba a la cabina para arrestar a los susodichos. Otro vuelo de los de recordar.
¿Qué otros compañeros de asiento te hicieron el vuelo imposible? ¿Hay más clasificaciones que añadirías a este recopilatorio? O peor: ¿dónde te pondrías tú? Reconozco que, a pesar de que llevo unos cuantos aviones a mis espaldas, continúo siendo uno de los miedicas.