Era niña, tendría unos siete años, y personas de mi familia con algunos de sus amigos me encerraron en un cuartucho para verme desnuda y tocarme. Supongo que no se acuerdan, pero yo sí.
Cuando perdí la virginidad no quería hacerlo. Era muy joven, no estaba preparada y me sentí obligada. Con el tiempo supe que a mis amigas les había pasado exactamente lo mismo.
Si tonteaba con un tipo por la noche y nos dábamos algunos besos me sentía en el compromiso de acostarme con él aunque no me apeteciera. Si no, ¿por qué había flirteado? Ahora tenía que hacerlo por haberle hecho creer que me gustaba.
Muchas veces no tenía ganas de hacerlo con mi marido, pero a él eso no le importaba. Se creía con el derecho de poder penetrarme cuando quisiera. Incluso mientras yo dormía. Cuando eso sucedía me aseguraba que había pasado en sueños.
#Cuéntalo porque te escuchamos, no te juzgamos y te entendemos
Da miedo abrir los cajones del armario y airear unos trapos sucios que habías tenido guardados, escondidos, porque la vergüenza y la culpabilidad te decían que lo mejor era ocultarlos para siempre a buen recaudo.
Historias como estas están inundando este viernes Twitter con el hashtag #Cuéntalo, toda una declaración de intenciones, una respuesta a la sentencia de La Manada y la proyección de un mensaje: ya no tenemos miedo.
La periodista Cristina Fallarás ha sido la impulsora de la iniciativa y su cuenta se ha visto bloqueada varias veces durante el día, pero sigue retuiteando muchas de las historias desgarradoras que le van llegando.
Mujeres de todas las edades, de todos los lugares, con formación académica e intelectual muy distinta. Todas ellas relatan experiencias en las que se han sentido agredidas o directamente violadas a lo largo de su vida. Porque no hay un perfil de víctima, todas somos víctimas en potencia por el hecho de ser mujeres.
Es curioso, como destacaba esta tuitera, que uno de los puntos en común de muchos de los relatos es, precisamente, que las primeras agresiones las hemos sufrido de niñas:
Fundamental también leer estas historias no solo para que las mujeres se atrevan a abrir los cajones y sentirse arropadas por más mujeres, haciendo gala de una sororidad que quizás en estos momentos es más importante y más valiosa que nunca, sino también para que los hombres vean lo distintas que han sido sus vidas.
Y, sobre todo, para que tomemos conciencia de que lo más probable es que todas las mujeres de nuestro entorno han sufrido algún tipo de agresión; pero también para que tengamos claro que nuestro hermano, nuestro primo, nuestro amigo o nuestro vecino pueden ser uno de los agresores. No seamos cómplices, que se sepan señalados. Siempre.
Y, si eres tú el agresor, procura curarte o, por lo menos, no violar.