Una broma es una broma y hay que encajarla con deportividad. Pero eso no quiere decir que no puedas tener una dulce y cruel venganza servida bien fría, como la Vichyssoise. Eso decidió hacer Jude Sannicandro. Hace unas semanas se llevó un buen susto cuando este joven cliente, Vito, puso una falsa cucaracha entre sus cosas.
Picó, y le pareció una broma divertida, pero también pensó que esto no podía acabar así. Así que, con permiso de sus padres tramó una broma que bien podía haber firmado Quentin Tarantino: cortarle la oreja.
Todo parecía ir normal hasta que tocó pasar la maquinilla. "Está un poco afilada... oh, mierda, no te muevas", dijo antes de correr a coger un poco de papel y ponérselo contra la oreja. "¿Estoy sangrando?", pregunta el chaval que no sabía lo que se le venía encima. "Un poco". Pero aquello solo había comenzado.
El chaval empieza a preocuparse al notar algo líquido que se desplaza por la zona de su oreja. "¡Mami!", grita con pánico antes de que el peluquero le pide que no lo haga, y aprovecha que tiene los ojos cerrados para esparcir la sangre falsa por su cara. "Por favor, llama a una ambulancia", le pide, además de que llame a su madre para que le aguante la oreja.
Y entonces es cuando deja caer la oreja falsa, y los ojos del chaval se abren como platos soperos. "¿Eso era mi oreja?", pregunta. "¡No, no, no!". Entonces entra la cómplice, la madre. "Mira mi oreja, está en el suelo", le dice, pero ella parece encontrarlo hasta gracioso, para mayor desesperación de la víctima. "Tenemos otra, no es tan malo", se excusa el peluquero.
"Oye, ¿te acuerdas de la broma de la cucaracha?", y entonces se revela el pastel. "Al menos no he llorado", dice el chico, que acepta la venganza con deportividad.
Estos son los dos trozos de plástico que hicieron esta historia posible.