Entre el 7 y el 10 de agosto -o de septiembre, dependiendo de la fuente- del año 480 AC, 300 soldados espartanos liderados por el rey Leónidas I, se enfrentaron a un ejército de 2.800.000 persas en el paso de las Termópilas, un paso entre el norte y el sur de Grecia por el que debía pasar los ejércitos de Jerjes en en su paso para conquistar la península Helénica y unirla a su Imperio, el más grande que la humanidad había conocido hasta entonces. Pese a la diferencia en número, los espartanos resistieron durante tres días hasta que fueron traicionados y descubrieron un paso por las montañas que les permitió atacar a los griegos por ambos flancos. Su resistencia y su muerte permitió a los griegos organizarse y resistir la invasión, salvando nuestro modo de vida y nuestra democracia.
Esa es la historia que ha perdurado hasta hoy, en parte gracias a la versión que Herodoto escribió décadas después de la batalla -él tenía cuatro años durante los hechos que inmortalizó-, y más recientemente por el cómic de Frank Miller y la posterior adaptación cinematográfica de Frank Miller, 300 -esa película que parece un filtro de Instagram a cámara lenta-. Sin embargo, la realidad fue muy, muy distinta.
Para empezar, es cierto que los griegos estaban ampliamente superados en número, pero no eran 300 espartanos. O al menos no eran solo 300 espartanos. Aunque sí es verdad que los espartanos eran los responsables de la organización y que Leónidas I era el comandante, 400 tebanos, 400 corintios, 700 tespios, 1000 hoplitas, 2120 arcadios, 1000 locrios, 200 de Fliunte y 80 micenos. Cerca de 6200 soldados. Por otro lado, los persas no contaban con dos millones de hombres, sino con unos 200.000.
Una diferencia importante, pero no tanta. Y Leónidas fracasó: los persas cruzaron y arrasaron varias ciudades griegas durante un año, incluida Atenas, que fue saqueada.
Esparta, contra la democracia ateniense
Esparta es fue una de las sociedades más extremas de cuantas ha dado a luz la humanidad, pero no estaba totalmente enfocada a crear el soldado perfecto. Es cierto que había infanticidios cuando los bebés tenían deformidades, pero era algo relativamente habitual en el Mediterráneo del mundo antiguo. A los 7 años entraban en una escuela que los formaba como ciudadanos entregados en cuerpo y alma al estado, algo que evidentemente venía muy bien al ejército, pero su entrenamiento con armas no empezaba hasta mucho más tarde. Muchos de los elementos más duros de la formación espartana se introducirían después de la batalla de las Termópilas, cuando el mito espartano ya se estaba formando.
Pero lo cierto es que la sociedad de Esparta se sostenía en gran parte gracias a la esclavitud. Los ilotas eran descendientes de campesinos sometidos y prisioneros de ciudades cercanas. Técnicamente no eran esclavos, ya que pertenecían al estado, no a dueños privados, y en la época de la batalla de las Temópilas había un ilota por cada espartano.
Este desequilibrio hacía que los espartanos vivieran en un estado de paranoia constante, manteniendo a los ilotas en un permanente estado de terror, por ejemplo con incursiones nocturnas en sus poblados. La maquinaria militar espartana no era tanto un arma de ataque, sino una herramienta para evitar una revolución interna. ¿Y qué mayor amenaza para una sociedad opresiva como Esparta que ese invento ateniense que era la democracia?
La democracia ateniense no puede ser entendida como la actual, apenas un tercio de la población masculina tenía derecho a voto y la esclavitud era un elemento clave de la sociedad. ¿Y sabéis donde no estaba permitida la esclavitud? En Persia, ese enemigo que venía a destruirlo todo. En realidad Persia rara vez imponía sus costumbres a los pueblos conquistados y mientras pagasen impuestos y no se rebelasen, los dejaban en paz.
En el año 499, comenzaron las revueltas jónicas. Un grupo de ciudades de la actual costa turca se rebelaron contra Persia, pidiendo ayuda a algunas de las ciudades-estado griegas. Atenas fue de las pocas que las apoyó enviando la mitad de su flota. No fue suficiente, la revuelta fue aplastada y Dario I juró destruir Atenas, algo que no logró gracias a la victoria griega en Maratón en el año 490 AC, en la que los espartanos no ayudaron. El hijo de Dario, Jerjes I, decidió triunfar donde fracasó su padre.
Y así, Jerjes se dispuso a afrontar una de las campañas más grandes de la historia persa.
El miedo a una revuelta interna había llevado a los espartanos a ser reacios a alejar sus fuerzas de la ciudad había les llevado a tejer una importante red diplomática con alianzas de defensa mutua con distintas ciudades -entre las que no estaba Atenas-, por lo que en esta ocasión no pudieron evitar participar en la lucha como lo evitaron en Maratón.
El invierno de 481 AC se convocó un congreso en Corinto en el que acudieron representantes de 70 ciudades estado, el Rey Leónidas por Esparta. Allí, Atenas -representada por Temístocles- y Esparta asumieron el liderazgo de la defensa griega, cayendo en Leónidas el papel de comandante.
Jerjes llegó antes de lo previsto
Algunos de los líderes de otras ciudades temían que los espartanos decidieran sacrificar las ciudades del norte, Atenas incluida, para defender el sur, donde está Esparta. Por eso, se eligió el paso de las Termópilas como el lugar ideal para resistir ante los persas. Leónidas llegó allí con una avanzadilla -los cerca de 6000 soldados ya mencionados- a la espera de que llegase el resto del ejército. El problema fue que el ejército persa se llegó a la cita antes de hora y los refuerzos griegos todavía no estaban listos.
La batalla de las Termópilas nunca quiso ser una resistencia suicida y heróica, y de hecho la primera reacción de Leónidas y sus comandantes fue ordenar la retirada, pero los locrios y los fócidos quienes le convencieron para resistir. Convencieron a Leónidas para hacerlo, pero el espartano envió una petición para recibir refuerzos de forma inmediata. Todas las evidencias apuntan a que su plan era sobrevivir.
Los griegos resistieron contra los persas, que estaban acostumbrados a luchar en campo abierto, con maniobras ágiles y rápidas, algo que era impedido por la montaña a un lado y por el mar al otro. Su armamento, mucho más ligero que el griego, no tenía muchas opciones en un ataque frontal a la falange bien armada y organizada de los griegos que además estaban en una posición muy favorable.
Al llegar a las Termópilas, los locales habían avisado a Leónidas de la existencia de un estrecho paso por las montañas, de difícil pero posible acceso, por lo que envió a un grupo de griegos a guardarlo. Jerges descubrió el paso -según la leyenda gracias a un traidor- y su cuerpo de élite, los Inmortales, lograron cruzarlo, emboscar a la guardia griega y rodear a los hombres de Leónidas.
Fue entonces cuando los griegos decidieron retirarse. Un pequeño grupo quedó atrás para permitir la huida del grueso del ejército, entre los que se encontraban, sí, los 300 espartanos, pero también los 400 tebanos y los 700 tespios. Todos murieron, incluido el rey Leónidas, en lo que acabaría convirtiéndose en uno de los mayores fenómenos propagandísticos de la historia.
Una derrota militar, una victoria para la propaganda
Al ser su rey quien dio la orden de quedarse atrás dando su vida, permitió a los espartanos apropiarse del sacrificio a pesar de que eran apenas una quinta parte de los que murieron y que Leónidas fracasó en todos sus objetivos iniciales. Atenas, que había sido evacuada, fue tomada, saqueada e incendiada por los persas poco después.
Mucho más importantes fueron la victoria ateniense en Salamina, batalla naval que hizo temer a Jerges que los griegos destruirían los puentes que había construido en el estrecho de Dardanelos, haciéndole delegar el mando y volviendo a casa. Más tarde la batalla de Platea, en la que participó Esparta, pero también Atenas y Corinto, fue la que puso final a la II Guerra Médica.
Y todo esto impidió que apenas una generación después Esparta y Persia se aliaran contra Atenas, por lo que queda claro que a los espartanos no les importaba tanto ni la democracia ni la libertad de los griegos. Durante muchos años los espartanos sacaron provecho del mito, y en muchas ocasiones el miedo a sus fuerzas les permitió ganar sin tener que luchar una batalla, interviniendo solo cuando sus intereses estaban en juego.
El mito terminó en la batalla de Leuctra en 371 AC, cuando Tebas infringió una dura derrota a Esparta, destruyendo casi un tercio del ejército espartano, derrota con la que comenzaría la decadencia de Esparta, pero no de su mito, que ha perdurado hasta nuestros días.