España es el típico país que se paraliza en agosto. Nadie tiene el atrevimiento de intentar realizar cualquier tipo de gestión seria en esta época que no sea adquirir un billete de avión para huir a algún lugar en el que se pueda tumbar a la bartola y poner en práctica el idolatrado dolce far niente.
Pero para que eso ocurra un batallón de jóvenes se queda al frente de miles de puestos de responsabilidad, expuestos al estrés y a la crítica de una sociedad que parece que haya nacido aprendida. Españoles desmemoriados que no recuerdan que ellos también empezaron de cero en su trabajo y no tienen piedad a la hora de disparar dardos envenenados.
La paradoja es que, con toda seguridad, estos recién llegados a un mundo laboral que se burla de ellos están mucho mejor formados de lo que estábamos nosotros. Y no, no hablamos de saberse la lista de los reyes godos, sino de ser absolutamente multitarea, un extremo que no conciben aquellos que llevan 30 años calentando la misma silla y se niegan a cambiar sus rutinas. En definitiva, que los tan denostados becarios nos dan mil vueltas.
Preparados, trabajadores y precarios
CC.OO. denunciaba el pasado mes de febrero que del 1,4 millón de jóvenes trabajando en prácticas en España con diversos contratos, un dato extraído del Ministerio de Empleo, solamente están cotizando unos 70.000. Una franca minoría que pone de manifiesto que la Ley de 2011 que obliga a las empresas a pagar la Seguridad Social no se está cumpliendo.
Ser becario se ha convertido en equivalente a ser precario, con el aliciente de que estos jóvenes no solo realizan sus prácticas mientras estudian una formación o una carrera, sino que continúan perteneciendo a este colectivo una vez titulados. Antes no se concebía ser becario con 30 años, ahora sí.
Los mismos datos registran a un millón de estudiantes universitarios en prácticas externas, 282.000 estudiantes de formación profesional, 100.000 personas en prácticas no laborables y 63.000 personas desempleadas en formación. La inmensa mayoría, además, asumen tareas y responsabilidades que no les corresponden.
"Madre mía el becario"
Por si todo lo que envuelve a la precariedad laboral del becario, este colectivo (al que de una manera u otra todos hemos pertenecido en algún momento de nuestra vida) también tiene que soportar estar en boca de medio país cuando se considera que algo no responde a las expectativas, un extremo que se ha incrementado de manera surrealista en la profesión periodística.
Me explico. El periodismo sigue siendo un oficio aunque se haya convertido en una profesión cuya formación está reglada. Por lo tanto, es necesario que todo aquel que quiera trabajar en medios lo haga cuanto antes y eso pasa, inevitablemente, por ser el o la de prácticas.
El verano puebla las redacciones de futuros periodistas y comunicadores dispuestos a dar todo de sí mismos, dejarse la piel y el tiempo, conservando todavía ese halo de ilusión y vocación que esta profesión pone a prueba a diario y del que muchas veces no encuentras ni rastro entre los compañeros más curtidos.
Llegan controlando mucho más que la media, parándose en cada detalle, rastreando temas, dando sugerencias. Vamos, que ya les gustaría a muchos. Pero claro, ahí llega el feedback de las redes sociales: "cómo se nota que tenéis al becario", "dadle un poco de aire al becario que se ve que no rige bien". O sea, que los contenidos que no gustan o que contienen alguna errata (sí, los periodistas somos humanos, disculpen), tienen que estar a la fuerza elaborados por gente haciendo sus prácticas.
Lo 'gracioso' es que suele coincidir que, cuando se hacen este tipo de comentarios, detrás de este artículo o esa pieza periodística no está una persona en prácticas, sino un redactor con su sueldo y su alta en la Seguridad Social. ¿Desde cuándo ser becario ha pasado a ser un insulto si realmente es una maldición? ¿Qué tipo de superioridad nos impulsa a hacer esas afirmaciones?
Siempre me han parecido paradójicos este tipo de ataques, que en los últimos tiempos han ido a más. ¿Acaso todos hemos llegado el primer día al puesto sin los nervios en la boca del estómago? ¿Nunca habéis metido la pata? ¿Acaso no la seguís metiendo ahora? Los ejercicios de memoria siempre vienen bien. Así que piensa cuando tú eras un aprendiz y, para la próxima, no dispares al becario.