La mujer que reconstruía rostros de soldados cuando no existía la cirugía
En La Jungla. Logró devolverle la autoestima a muchos soldados que se habían quedado sin partes de su rostro después de combatir en la Primera Guerra Mundial.
15 agosto, 2018 12:34Anna Coleman Watts nació un 15 de julio de 1878 en Filadelfia, Estados Unidos, y estudió escultura en París y Roma. Cuando se casó con Maynard Ladd volvió a su país natal y se formó junto al escultor Bela Prat en la Escuela Museo de Boston.
Pero fue a finales de 1917 cuando fundó en París el Studio for Portrait-Masks que financió la Cruz Roja americana. El objetivo de la institución no era otro que proporcionar máscaras cosméticas a los soldados que habían sufrido malformaciones en sus rostros tras la Gran Guerra.
Anna estaba en la capital francesa con su marido, destinado al Departamento para la Protección de la Infancia de Cruz Roja, y había leído artículos del escultor británico Derwert Wood, que había trabajado de camillero voluntario en el hospital londinense de Wandsworth.
Allí vio de cerca las heridas, causadas principalmente por la metralla, que tenían los soldados en sus caras. En una época en la que la cirugía plástica todavía no existía tal y como la conocemos ahora, los médicos hacían lo que podían, pero las desfiguraciones estaban a la orden del día.
Wood empezó entonces a desarrollar prótesis y Anna asumió sus conocimientos e hizo lo propio:
Los soldados acudían a su estudio, ellas les hacía un molde de su cara con arcilla y plastilina habiendo estudiado fotografías o retratos suyos, con el objetivo de hacer una máscara lo más parecida a como eran antes de las heridas.
Con la máscara preliminar se construía después una prótesis con una hoja de cobre galvanizado que se pintaba del color de la piel del paciente y se unía a su rostro con cuerdas o gafas. Cada una de las máscaras le lleva aproximadamente un mes de labor.
Dos años recuperando autoestimas
A finales de 1919 la Cruz Roja dejó de financiar el estudio y habían sido unas 200 máscaras las que confeccionó Anna, pero no se han encontrado ninguna de ellas. Las fotografías, de la Library of Congress de Estados Unidos son la única prueba que queda de ellas.
Anna puso su talento a disposición de los soldados, que podían retomar su vida con más autoestima. En 1932 el gobierno francés la nombró Caballero de la Legión de Honor en reconocimiento a su gran labor.