El trance de tener que despedirse de un ser querido es ya de por sí complicado como para tener que lidiar además con miles de turistas que se cuelan en ese último adiós. Es como si llevasen consigo una especie de carné ficticio que les autoriza a hacer lo que les dé la gana bajo el precepto de fotografiarlo y "vivirlo todo".
E inmersos en esta fiebre del turismo masivo, nos llega la historia que sucedió a comienzos de agosto en un pequeño pueblo del extremo norte de Noruega, Honningsvåg. Lugar habitual de atraque de cruceros, ese día llegaba a su puerto uno con más de 6.000 personas entre pasajeros y tripulación.
Todos aquellos que quisieron tocar tierra saliendo a pasear por la localidad y se dirigieron a la iglesia y en cementerio. Allí se estaba celebrando un entierro y el posterior funeral, pero no les importó demasiado. Es más, no se cortaron ni un pelo a la hora de retratar el "costumbrismo" de la escena, recogieron los medios locales.
"Condiciones caóticas"
El responsable de la iglesia, Niels Westphal, relató a la emisora NRK que "hubo mucha gente y las condiciones fueron caóticas", añadiendo que "cuando las personas se iban del templo fueron fotografiadas y grabadas por los turistas".
La iglesia es el único edificio que quedó en pie tras la Segunda Guerra Mundial y supone toda una atracción. "Esto está empezando a ser un problema", sentencia el párroco, que ya ha solicitado que se tomen medidas al respecto.
Los 6.000 cruceristas suponen más del doble de la población de Honningsvåg, de modo que las horas que permanece el barco allí suponen una especie de invasión. A lo largo del año pasan entre 250.000 y 300.000 turistas.